2012/08/12

Innovación

La semana pasada visitamos la Fundación Calouste Gulbenkian en Lisboa. Calouste Gulbenkian fue un empresario turco, de origen armenio, educado en Gran Bretaña, pionero de la industria del petróleo en el Oriente Medio a principios el siglo XX. Merced a sus habilidades de gestión, Gulbenkian consiguió asegurarse el 5% de todo lo facturado por las cuatro princiales compañías que explotaban los recursos petrolíferos del actual Irak... amasó una ingente fortuna.

Solucionado el problema de la generación de recursos, Gulbenkian pasó a ocuparse de la cuestión que de dicha solución se deriva: la aplicación de dichos recursos. Como amaba el arte, reunió una impresionante colección, de la que se rodeó en su mansión parisina. Dos cuadros de Rembrandt de primer nivel, un Ghirlandaio maravilloso, dos Degas, una impresionante colección de arte egipcio, arte chino, arte medieval europeo... convirtieron su residencia en una suerte de museo habitado.

La llegada de la Segunda Guerra Mundial forzó a Gulbenkian a cambiar de aires, y acabó instalándose en Lisboa, donde vivió durante quince años en un hotel, hasta que fijó su residencia en una vivienda en el solar que en la actualidad alberga los edificios de la fundación que lleva su nombre. En reconocimiento a la acogida que Lisboa le brindó, Gulbenkian cedió su colección de arte a la ciudad, en la que, tras haber trasegado por Londres y Nueva York, recaló en 1969, una vez se edificó el hermoso y racionalista museo de la fundación.

La Fundación es una maravilla, especialmente por la colección, pero también por los edificios, sobre todo los dos primeros, que conservan toda la belleza austera de la arquitectura del movimiento moderno. En una anterior visita, en 1985, vi por vez primera arte egipcio, arte chino, cuadros de Rembrandt (al menos cuadros importantes de Rembrandt)... A pesar del riesgo de sobrevaloración en el recuerdo, esta segunda visita me ha dejado el mismo sabor de boca.

Pero en fin, después de esta introducción casi a modo de cuaderno de viaje, vamos al tema. Y el tema surge de la visita a la sala de arte egipcio de la Gulbenkian. La sala contiene piezas que van desde el año 1.300 hasta el 250 A.C. Un milenio. Y sin embargo, sorprende la homogeneidad de la forma. Seguramente los expertos en arte egipcio (en el improbable supuesto de que alguno acabe leyendo esta nota) me corregirán, pero el arte egipcio parece "intemporal", en el sentido de que su apariencia es muy similar a lo largo del tiempo. Hay dos esculturas de sendos bustos, separadas por mil años, con una apariencia muy semejante.

En un periodo de tiempo similar, al arte griego le dio tiempo a surgir, crear tres órdenes arquitectónicos, alcanzar la perfección en la escultura y darle el relevo a los romanos. En la Europa occidental, entre el año 1.000 y el 2.000 de nuestra era pasamos del pantocrator a Pollock, y de las iglesias románicas a Notre Dame du Haut en Ronchamp. Los egipcios, en 1.000 años, por lo que pude ver en la Gulbenkian, pasaron de la representación frontal hierática a la representación frontal hierática, aún a riesgo de simplificar.

Me lleva esto a pensar en la sociedad egipcia como si hubiese alcanzado, relativamente pronto en su desarrollo, un cierto estado de estatismo, de congelación, en el que el cambio era muy lento, casi imposible. Y en esta ausencia de innovación creo yo que estaba sembrada la semilla de la desaparición de la cultura egipcia.

La historia de las culturas, de las civilizaciones, está sometida a la lógica evolucionista. Las distintas sociedades evolucionan adaptándose a un entorno en el que, desde el momento en el que surge la escasez, están sometidas al riesgo de desaparición. Los nearthentales vivieron muy cómodos en Europa durante 400.000 años, hasta que algunos cambios climáticos y nuestra llegada, compitiendo por la misma posición en el ecosistema de entonces, acabaron con su extinción.Y la secuencia histórica de aparición y desaparición de imperios (sociedades que son capaces de constituirse en potencias hegemónicas a escala regional o global) no es sino la expresión de la potencia de nuevas ideas, de nuevas formas de organización y de concepción de las sociedades, que acaba por agotarse cuando se extingue la capacidad de dichas sociedades de innovar y el entorno se ha transformado más allá de un punto a partir del cual las viejas ideas ya no sirven.

Volviendo al caso egipcio, en el milenio que va del año 1.300 al 300 A.C. asistieron a la guerra de Troya, a la formación de Atenas y Esparta, a la emergencia de los fenicios, a la explosión del arte y del pensamiento griegos, al ímpetu de Alejandro, a las luchas entre romanos y cartagineses por la supremacía en el Mediterráneo, a la imposición de la técnica civil y militar romanas, a la regulación de las relaciones sociales derivadas del derecho romano... Lo que valía en el año 1.300 A.C. no podía valer 1.000 años después.

El modelo de explicación de la evolución de las sociedades sería, de este modo, básicamente darwinista. Son las sociedades mejor adaptadas al entorno las que se imponen. El entorno está integrado por la sociedades con las que se compite. Esta competencia viene a su vez determinada por la dimensión en la que se establece (hegemonía militar, control de los recursos, hegemonía económica) y su intensidad, que depende a su vez de la escasez del sistema (escasez de recursos, escasez de territorios) y del grado de solapamiento de las sociedades: Roma nunca compitió con China (si bien el solapamiento puede ser más que geográfico: Roma y Cartago chocaron porque sus aspiraciones de dominio del Mediterráneo eran las mismas).

Del mismo modo que las mutaciones generan la variedad en los ecosistemas biológicos, la innovación genera la variedad en las sociedades. Sólo las sociedades con capacidad de innovación pueden adaptarse a entornos que cambian. Sólo las sociedades con capacidad de innovación pueden perdurar.

Y lo que hemos aprendido es que las sociedades, para innovar, necesitan que los individuos tengan un mínimo grado de libertad. Las sociedades excesivamente regladas por poderes de tipo teocrático o autocrático no innovan, no se transforman. Egipto parece una cultura congelada en el tiempo, en el que las cosas "son como son". El impulso creador de la Grecia de Pericles, Sócrates y Platón se congeló posteriormente, como le ocurrió al vendaval innovador de la República Romana al llegar al Imperio.

Nuestra sociedad actual se enfrenta a retos distintos. Es muy posible que, más que competir entre diferentes formas de dominio, la competencia principal sea contra los límites del sistema. Pero, si tengo razón, una cosa es cierta: la solución a nuestros problemas no va a venir de una regresión al pasado o de la perpetuación de formas de regulación de otros tiempos. La solución debe venir de nuevas formas de concebir nuestras sociedades, nuestras economías, nuestra relación con el ecosistema, incluso nuestra idea de humanidad. Será la innovación la que escriba el futuro. Y para que esto ocurra, hay que asegurar que los individuos gocen de la libertad de crear, de inventar, de discrepar, de contradecir, de ser excéntricos, de ser respondones, de ser distintos.

Hay que ver lo que da de sí una visita a un museo, ¿verdad?