2019/10/21

No te lo tomes por lo personal

Los críticos de tradición marxista del capitalismo (hay otras tradiciones que lo han criticado; por ejemplo la cristiana) acuñaron un término que sido capaz de echar raíces en el lenguaje común o, al menos, en el lenguaje común de los grupos más cultos de la sociedad. Se trata de "la cosificación" (o, como dicen los más cultos de entre los cultos, "la reificación"). La cosificación es el mecanismo mental y social en virtud del cual las personas reciben consideración y trato de objetos, de "cosas". En el capitalismo la cosificación conduce a la alienación del trabajador; el trabajador es considerado como "un factor de producción" del que se desatienden todas las necesidades espirituales y emocionales (además, claro está, y siempre según esta crítica al capitalismo, las materiales), y al que solo se considera en cuanto tal, como un objeto al servicio de la producción.

En su análisis crítico de la Ilustración, Horkheimer y Adorno (los filósofos principales de la primera escuela de Frankfurt) extendieron esta crítica a lo que el primero de ellos denominó "razón instrumental", aquella que se olvida de los fines y se centra exclusivamente en los medios para alcanzarlos. Es esta razón instrumental la que, al servicio del impulso de dominio, convierte al "otro" en un objeto, una cosa más que tomar en consideración a la hora de determinar cuáles son los mejores medios para alcanzar fines que no necesariamente se determinan mediante el uso de la citada razón.

Viene esta introducción a colación de la expresión "No te lo tomes por lo personal", que con tanta frecuencia se utiliza en el mundo profesional como colofón a la explicación de una decisión que no es favorable al empleado. Desde mi punto de vista, no hay mejor ejemplo del grado hasta el cual la famosa cosificación se ha generalizado y ha pasado a formar parte del "aire que respiramos" en nuestra vida profesional que el frecuente empleo de la expresión de marras.

Y me pregunto; si somos todos personas, personas en interacción, ¿cómo es posible desposeer a cualquiera de nosotros de su condición de persona en el ámbito del trabajo? ¿Se trata acaso de que nos convirtamos en autómatas de cuando en cuando?

"No", se me puede replicar; "lo que la expresión quiere decir es que la decisión que se ha tomado o la evaluación que se ha llevado a cabo se refieren a los aspectos no personales del profesional". Bien. Entonces, me pregunto, ¿cuáles son esos aspectos? ¿se pueden dejar al margen las emociones, sentimientos, aspiraciones de las personas? Y, si lo hacemos, ¿qué queda de ellas?

Me parecería mucho más honesto asumir que sí, que todo es personal porque las personas son siempre personas; que las decisiones profesionales de los gestores afectan a las personas en su integridad; que les pueden hacer daño, frustrarlas o deprimirlas. Que, en definitiva, las personas no son cosas.

Es posible que el dolor sea inevitable cando en las empresas y, en general, en la sociedad se toman decisiones sobre las personas. Pero pienso que la actitud honesta es asumirlo y no tratar de hacer "como si no pasase nada", y erradicar ese "no te lo tomes por lo personal" que, además, parece tomar al que lo escucha por idiota.

2019/05/28

26 M: ¿Por qué "pasaron" en Madrid? La izquierda de la identidad y la izquierda de la igualdad

... volvamos a la tierra...

Ya se celebraron las elecciones municipales y autonómicas del 26 de mayo. Y ya conocemos los resultados. Victoria global del PSOE que, no obstante, puede probar una o dos tazas de su propio caldo: habiendo resultado el partido más votado en todas o casi todas las comunidades autónomas, es posible que se quede sin gobernar en varias de ellas, merced a las alianzas post electorales de los tres partidos de la derecha. Me imagino que, si como todo apunta, algo así acaba ocurriendo en la Comunidad de Madrid, será ésta la plaza cuya pérdida mayor dolor le genere al partido socialista, dado el carácter simbólico que tiene Madrid y su relevancia política, social y económica.

No es sin embargo el PSOE el único partido que va a experimentar el sabor amargo de una victoria que torna en derrota. En el corazón de la Comunidad de Madrid, en su capital, Más Madrid de la (casi ex) alcaldesa Carmena, habiendo resultado la ganadora en votos y en concejales electos, va a perder el gobierno municipal. Y el PP, con resultados mucho peores que en las anteriores elecciones, se puede encontrar gobernando de nuevo. O, quizás, Cs se alce con el gobierno de la ciudad, cambio de cromos mediante.

Y cabe preguntarse, ¿cómo ha podido ocurrir esto? ¿Cómo es posible que aun con el desplome del PP y con el viento de cola de la victoria de la izquierda en las elecciones generales de hace un mes, y a pesar de la buena imagen del la alcaldesa, el resultado de las elecciones vaya a devolver al PP el gobierno del ayuntamiento?

Leo este análisis de los datos de las elecciones en El Mundo:

La desmovilización de los barrios humildes

Mientras la participación aumentó en los distritos históricamente más conservadores, como Chamartín, Salamanca o Fuencarral, en los más humildes, donde Carmena fraguó su éxito en 2015, se resintió bastante: Carabanchel, Ciudad Lineal, Latina, Moratalaz, Puente de Vallecas, San Blas, Tetuán, Usera, Vicálvaro, Villa de Vallecas y Villaverde, además del popular Chamberí. La abstención se hizo notar más en Carabanchel (pasó del 35,93 al 38,64%), Latina (del 31,42% al 33,33%), Puente de Vallecas (del 36,68 al 41%) y Villa de Vallecas (del 31,67 al 34,91%). El total la abstención pasó del 31,09 al 31,77%. En todos ellos los vecinos han denunciado falta de seguridad y que seguía habiendo problemas con la limpieza.

Más Madrid pierde votos en 12 distritos

La plataforma de Carmena perdió votos en 12 de los 21 distritos en comparación con 2015: Carabanchel, Chamartín, Ciudad Lineal, Fuencarral, Hortaleza, Latina, Moratalaz, Puente de Vallecas, San Blas, Usera, Vicálvaro y Villaverde. Los distritos donde más apoyos se dejó por el camino fueron Puente de Vallecas (5.400) y Latina (4.250). El primero de ellos, liderado por el concejal Paco Pérez, ha sido durante esta legislatura foco de problemas de convivencia con los okupas y los narcopisos. El segundo es el distrito dirigido por Sánchez Mato, que robó en su feudo, donde se crió y comenzó su activismo político, buena parte de los sufragios a Carmena. 

Y este otro en El Confidencial:

Justo, de 42 años, sostiene que votó a Carmena en 2015, pero que esta vez se quedó en casa. Ya no se siente representado por una alcaldesa que prometió espolear la periferia de la ciudad y al final se lo jugó todo al centro. “Los carteles de San Isidro, Madrid Central, las fiestas con los Javis y las magdalenas están muy bien, pero solo representan a un madrileño muy concreto, el moderno de Lavapiés y Malasaña. Se olvidó la alcaldesa de las clases obreras de los barrios, que no solo somos más que los modernos sino que estamos mucho más jodidos”, sentencia Justo camino de la estación de metro de Portazgo.

Yo creo que este análisis es muy relevante, y muy ilustrativo de uno de los problemas que arrastra la izquierda ya desde hace décadas. La izquierda, que nació como la hija progresista de las "Unidad. Indivisibilidad de la República. Libertad, Igualdad y Fraternidad" de la Revolución Francesa, que encontró su articulación teórica en la necesidad histórica de emancipación del proletariado de Marx, que pronosticó un mundo de iguales en abundancia, esa izquierda, ha abandonado la igualdad como bandera o, si no la ha abandonado, ahora la comparte con la de la protección de la identidad e identidades.

¿En qué se traduce este cambio? No sólo es que la izquierda ya no crea en el mito marxista de la dialéctica histórica impulsada por la emancipación del proletariado, un proletariado explotado por la clase burgesa y alienado por sus condiciones de trabajo y por su propia condición de factor de producción. Ese mito ya no se lo cree la izquierda y no se lo cree nadie. El problema radica en que, al tirar el agua por el sumidero, el bebé se ha ido con ella. Desmoronado el edificio teórico del marxismo, es como si la izquierda hubiese pensado que ya no hay que emancipar al "proletariado". En otros términos, es como si la izquierda hubiese pensado que ya no tiene que ocuparse, o que no sólo tiene que ocuparse, o que no tiene que ocuparse principalmente de los económicamente desfavorecidos, los que tienen menos recursos o ganan menos dinero. Desde hace ya décadas, éstos desfavorecidos comparten la atención de la izquierda con otros colectivos de marginados, que lo son por razones diferentes de su condición y posición económica. Por ponerles una etiqueta, se trata de aquellos colectivos que se ven discriminados al no poder expresar su identidad.

¿Qué identidad? Variada: identidad de género, identidad y orientación sexual, identidad nacional, identidad cultural, identidad religiosa (siempre que no sea la cristiana). Se trata, por una parte, de diferentes minorías discriminadas o potencialmente discriminadas, en la ley o en la vida, en virtud de su identidad y, por la otra, de la mayoría que conforman las mujeres, también históricamente discriminadas por serlo.

No se me entienda mal; estos colectivos estaban y, en muchos casos y lugares, están aún hoy discriminados en virtud de su identidad y bien está que alguien, en este caso la izquierda, haya tomado la bandera de su liberación, especialmente en los casos en los que esa identidad no choca de lleno con la idea de ciudadanía, si es que esto no ocurre en muchos de esos casos.

Sin embargo, este desdoblamiento de "las causas" de la izquierda plantea algunos problemas. El primero, y más obvio, es que los esfuerzos, el discurso y las propuestas de la izquierda ahora se reparten entre las distintas causas a las que sirve, y por lo tanto, pierden nitidez y concreción. Ahora hay que ocuparse no solo de los parques en Usera, de la limpieza de Villaverde o de los servicios sociales en Puente de Vallecas... hay que ocuparse también de la fiestas del orgullo gay y de engalanar el Palacio de Correos con la bandera multicolor, o de Madrid Central.

El segundo es relativo a la naturaleza de la discriminación de los distintos colectivos de los que hablamos. No pongo en cuestión que la vida de los homosexuales sea difícil, y estoy en contra de cualquier forma de discriminación que puedan sufrir en la ley o en la vida. Pero no puedo sino confesar que pienso que hoy es más dura la discriminación que sufre el niño del distrito de Villaverde, nacido en un hogar sin libros, con una sanidad que no es la del norte de Madrid, con una educación que no es la de los colegios de pago de los hijos de los pudientes, con una oferta cultural y de ocio en sus barrios que no es la de los de los distritos más ricos.

Y el tercero está relacionado con el aspecto apuntado más arriba: hay reivindaciones de la identidad, y propuestas de plasmación política y social de la identidad, que atentan contra el concepto de ciudadanía: ciudadanos todos iguales, con los mismos derechos y las mismas obligaciones. El ejemplo más claro es el de la identidad nacional: como soy, digamos, catalán, tengo el derecho a no respetar las reglas del juego constitucional e imponer al resto de los españoles que, juntos, firmamos el pacto constitucional, mis propias reglas del juego.

Todo esto no sería tan importante si no fuese porque otra de las profecías del marxismo, la profecía de la sociedad de la abundancia, ha resultado no ser cierta. No; no vivimos en una abundancia que permita a todos no pasar necesidad. Y esto no afecta solo a los habitantes de los países del Tercer Mundo. En los útlimos veinte o treinta años, y más aún desde la crisis de 2007/2008, la pobreza y la necesidad en los países desarrollados no ha hecho más que aumentar. La igualdad de oportunidades no es efectiva, ni está más cerca, sino que se ha alejado. Y ello no por causa de la discrimación en razón de género, orientación sexual, nacionalidad o religión; no. Es por razón de estatus económico. La suerte de los hijos de los menos favorecidos está, en nuestas sociedades, echada.

Y, ¿quién se preocupa y ocupa de estos desheredados? Pues, por lo que se deduce del análisis de las elecciones del 26 de mayo, nadie... y, por eso, a la hora de votar, o se quedan en casa o no votan a Manuela Carmena.

Tengo que reconocer que a mi Maniuela Carmena me gusta y que le voté en 2015 y en 2019. Pero leyendo los análisis electorales que he referido antes, me siento señalado como parte de ese grupo de "progres modernos" a los que ella, según los desheredados, se ha dirigido y para los que ha hecho política. Somos privilegiados, que nos podemos preocupar por el medio ambiente y la diversidad, porque, entre otras cosas, vivimos holgadamente y podemos hacer lo necesario para situar a nuestros hijos ventajosamente en la vida.

Quizás debería la izquierda repensar para quién trabaja, qué derechos defiende y cuáles son sus prioridades. ¿No sería pertinente retener la causa de la igualdad, del aseguramiento de la igualdad de oportunidades con independencia de la riqueza o de la renta, como la causa central del la izquierda? Puede que a mi no me beneficie esta reflexión que propongo para la izquierda, pero, ¿de qué nos sirve ganar el mundo si perdemos al alma?

2019/05/13

¿Libre albedrío? ¿De quién?

"Pero enseguida advertí que mientras de este modo quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, quien lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad: yo pienso, por lo tanto soy, era tan firme y cierta, que no podrían quebrantarla ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos, jusgue que podía admitirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que estaba buscando." (Descartes, Discurso del Método)

Es el del libre albedrío uno de los temas filosóficos más debatidos en la actualidad. ¿Somos los humanos seres libres, en el sentido de que decidimos lo que hacemos, de forma más o menos condicionada por nuestro contexto, nuestras circunstancias, nuestra historia, pero, en última instancia, soberanamente, de forma que, con independencia de los condicionante citados, el resultado de nuestra decisión no está determinado, no está, por así decir, escrito de antemano?

Así lo piensan múltiples filósofos y pensadores, muchos de ellos, aunque no sólo, de tradición cristiana o religiosa. Y así parece indicarlo nuestra experiencia personal, en virtud de la cual decidimos A ó B y hacemos A ó B, pero bien podríamos haber decidido lo contrario porque, en última instancia, hemos decidido y hecho lo que hemos querido.

Esta concepción se apoyó históricamente en una concepción dual del ser humano: por una parte está el cuerpo, que obedece a las leyes de la Naturaleza; por la otra está el alma, que escapa a ellas. El alma está dotada de distintas propiedades, entre las que, siguiendo a Descartes, se encontraría la capacidad de razonar o la de decidir y actuar (influyendo al cuerpo) en libertad.

Algunos filósofos se dieron cuenta de que esta concepción de las cosas era, como mínimo, problemática. Lucrecio, en De Rerum Natura propuso su teoría del clinamen, en virtud de la cual los átomos se desvían ligeramente de sus trayectorias, abriendo la puerta a cierta aleatoriedad en el resultado de las mismas tras chocar unos con otros, y permitiendo que su atomismo materialista conviviese con la libertad. Spinoza hace descansar la libertad, tal y como él la entiende como conocimiento racional de todas las causas, en el conatus, el impulso del hombre a mantener su identidad. Y Shopenhauer decía que somos libres de hacer lo que preferimos, pero no de decidir qué sea lo que preferimos.

La ciencia nos revela que no somos sino materia y lógica y, asimismo, nos muestra que la realidad objetivable responde a las leyes de la física. Y esas leyes son deterministas. Incluso en el ámbito de la física cuántica, en el que las leyes de la Naturaleza a pequeña escala son asimismo probabilísticas, la función de onda evoluciona en el tiempo obedeciendo a una ecuación determinista.

En los años setenta y primeros ochenta del siglo pasado Benjamin Libet llevó a cabo una serie de experimentos en los que mostró que la conciencia de la toma de decisión de llevar a cabo un acto es posterior al proceso neuronal asociado a dicho acto. Es decir, la acción se produce como consecuencia de una serie de procesos cerebrales inconscientes, y la sensación (¿ilusión?) de consciencia se genera a posteriori. Aunque los experimentos se han debatido hasta la saciedad, y el propio Libet no consideraba que sus resultados demostrasen la no existencia del libre albedrío (el creía que el libre albedrío continuaba existiendo en forma de poder de veto sobre cierytas acciones), cada vez la evidencia es más sólida acerca de acciones cuya ejecución es anterior a la toma de conciencia por parte del sujeto de las mismas:
https://en.wikipedia.org/wiki/Neuroscience_of_free_will

El problema es de un calado difícil de sobrestimar ya que, si no somos libres, ¿cómo podemos ser responsables de nuestros actos? Es difícil sostener nuestra esctructura social sin pensar que, de una u otra forma, somos responsables de nuestras acciones porque hemos sido libres de ejectutarlas o no hacerlo.

Así las cosas, y después de esta larga inotrducción, me pregunto ¿existe el libre albedrío? ¿somos los humanos libres de tomar decisiones y actuar? O, en primera persona, ¿soy yo libre de actuar? ¿dispongo yo de libre albedrío?

La idea que quiero presentar en esta inserción es que, quizás, la mayor dificultad para abordar la cuestion de "¿dispongo yo de libre albedrío?" radique más bien en "yo" que en "libre albedrío".

¿Quién es yo? Ese yo que, según Descartes, se encuentra a sí mismo dudando de todo y, de ese modo, se convierte en el sujeto del acto de dudar, de forma que, como no es posible el acto de duda sin un sujeto que dude, le lleva a concluir que la duda misma, el pensamiento, es prueba de la existencia y realidad ontológica de sí.

¿Qué es ese "yo"? Pensamos en ese yo como aquello que dota de continuidad a mi persona. Pasan los años, cambia nuestro cuerpo, cambian nuestras opiniones y nuestros gustos, cambian nuestras prioridades y muchas veces cambian incluso rasgos de nuestra forma de ser. Sin embargo, nuestra experiencia de nosotros mismos es que seguimos siendo "yo". Cuando a los quince años decíamos "yo" nos referíamos a la misma "cosa" que cuando lo decimos cuarenta y cuatro años después. "Yo" es lo que permanece, es el reducto último de nuestra identidad personal. "Yo" es el referente de una referencia invariante, por más que algunos de los "accidentes" de esa "sustancia" cambien. Puedo haberme quedado calvo, pero que diantre, sigo siendo yo.

Es ese "yo" que permanece el que se constituye en el sujeto último de mi vida, de mi mundo. Cuando escribo es mi mano con la pluma en el papel o mis dedos en el teclado del ordenador los que lo hacen, pero lo hacen porque "yo" he pensado lo que había que escribir y he puesto en marcha a mi mano o mis dedos (¿por qué, entonces, me cuesta tanto pensar sin escribir o garabatear?). Si me faltase la mano derecha, bien podría escribir las mismas ideas con la izquierda y la ayuda del ordenador. Seguiría siendo "yo".

Y lo seguiría siendo porque tenemos una fuerte conciencia de ese "yo". Somos conscientes de nosotros mismos, nos identificamos como "yo" desde dentro. Transcurre la película de la vida en nosotros, pero no sólo la vemos, sino que vemos que  la vemos. Los humanos tenemos concienca de nosotros mismos (como algunos otros aninales, por cierto) y "atamos" esa conciencia por sus dos extremos: en "yo soy consciente de mi" tanto "yo" como "mi" son invariantes en un sentido muy amplio; son invariantes en el tiempo, en el espacio, respectos de los cambios de accidentes, del contexto y de las circunstancias.

Ese "yo", sujeto último, es al que le asignamos la potestad de decidir y actuar en libertad. "Después de mucho pensarlo ("yo"), he ("yo") decidido que lo mejor es...". "A pesar de lo que me pedía el corazón ("ello") he decidido ("yo") hacer ...". "Al llegar al kilómetro 35 el cuerpo ("ello") me pedía parar, pero decidí ("yo") seguir.". "Aunque el enfado me empujaba a decir que no, al final ("yo") decidí asentir". "Estaba muy triste y casi sin ánimo, pero ("yo") saqué fuerzas de flaqueza y decidí ("yo") ir a la reunión".

Hay un "yo" nuclear, que observa y valora el conjunto de nuestra experiencia del mundo y de uno mismo y que, sobre esa interpretación decide y ordena la actuación. Es el "yo" que es consciente de mi mismo y de mi experiencia del mundo. Pero ese yo no es la totalidad de mi ser; ese "yo" no es mi mano, puesto que sin mi mano seguiría siendo "yo"; no es mi corazón, puesto que incluso con un transplante seguiría siendo "yo". Tampoco son mis emociones, puesto que "yo" decido muchas veces "a pesar" de mis emociones. El "yo" es pues un reducto último de eso que soy, si no segregado sí "significado" en mi ser, el guardian de la conciencia de mi y de mi libertad.

El problema con esta visión de las cosas es que, desde el punto de vista neuronal, no se sostiene. La conciencia no reside en un área concreta del cerebro. El cerebro es una estructura extremadamente compleja, y ni por lo que refiere a su anatomía ni a sus redes de conexiones, cabe identificar las zonas o redes de la conciencia o del "yo". El yo es más bien una experiencia que emerge de la interacción de partes distintas del cerebro, de redes neuronales que se extienden entre regiones variadas y lejanas, y todo ello dentro de un baño de hormonas cambiante e inestable. Se compone de memoria, flujo de la conciencia, autopercepciones, emociones, el diálogo interno, ... todos pequeños "yoes" que colaboran y compiten en la configuración de ese "yo".

Y si el "yo" es tal y como lo decribo, quizás el desafío del libre albedrío haya que abordarlo desde la perspectiva de esa colaboración y competencia, y quizás la decisión y la acción sean asimismo resultado, muchas veces inconsciente, de esa colaboración y de esa competencia.

De este modo, quizás nuestro actuar y nuestro decidir sean, a la vez, causados e impredecibles. Causados porque no respondan sino a las leyes deterministas de la Naturaleza; impredicibles porque no sea posible, ex ante, saber en qué va a resultar el juego conjuntos de decenas de miles de redes neuronales en interacción, bañadas en caldos cambiantes de hormonas y sometidas a estímulos externos muchas veces sorpresivos.

¿Qué dirían Lucrecio, Spinoza, Schopenhauer y Libet de esta idea? No lo sé, quedaría la respuesta a esta pregunta al albur de sus respectivos libres albedríos.


2019/04/24

Nuestro derecho a decidir

"Buenas tardes, señoras y señores. Me dirijo a ustedes, tan distinguida audiencia, para reclamar argumentadamente nuestro derecho a decidir. Se trata de un derecho que toda comunidad con unas características determinadas, que adornan a la nuestra, tiene de forma natural y que habilita de manera efectiva otro derecho, el de autodeterminación, ampliamente reconocido por diferentes instancias internacionalmente respetadas.

Nosotros contamos con una larga historia como comunidad diferenciada. Si bien hemos estado abiertos a acoger a los que por unas vías u otras se nos han incorporado, lo cierto es que hemos mantenido en el tiempo un hilo de continuidad de ese "nosotros", ese "nosotros" que tan claramente nos identifica. Ese hilo ha resistido no sólo el paso del tiempo, sino los embates que desde otras realidades en expansión (y con una clara vocación de uniformización) hemos sufrido y que han tratado de diluir nuestros hechos diferenciales. Hemos mantenido nuestras esencias. Nuestros apellidos se han mezclado entre sí y no es difícil reconocernos simplemente leyéndolos en nuestras tarjetas de visita o en los buzones de correo de nuestras viviendas.

Desde tiempos inmemoriales hemos ido tramando un tejido de costumbres comunes que siempre han sido diferentes de las del resto. Tuvimos un fuero especial que nos hacía distintos y especiales. Tenemos tradiciones que se remontan muy atrás en el devenir de los siglos, tradiciones de las que nos enorgullecemos y que queremos mantener. Esas costumbres y tradiciones llegan incluso a configurar una cultura propia, reconocible, que se ve amenazada de desaparición por la invasión que sufre de la cultura general del resto del estado, un resto más numeroso.

Todo nuestro mundo está amenazado de desaparición en el marco institucional actual. Si no podemos ejercer nuestro derecho a decidir y nuestro derecho a autodeterminarnos no quedará nada de nuestras costumbres y tradiciones, que se diluirán en el marasmo vulgarizante del conjunto de la sociedad española.

Y, además, sufrimos desde hace tiempo una injusticia estructural en las balanzas fiscales. Podemos afirmar sin miedo a mentir que el resto del estado nos roba. Contribuimos con mucho más de lo que recibimos y, este hecho incuestionable, que se mantiene en el tiempo año tras año, década tras década desde el advenimiento del régimen del 78, acarrea una merma de recursos que nos impide alcanzar todo el potencial de desarrollo y felicidad al que nuestra historia pasada y nuestra capacidad de emprendimiento actual nos daría derecho.

Por todo ello, nosotros, el 1% más rico de la población del estado, reclamamos nuestro derecho a decidir nuestro futuro y exigimos la celebración de un referéndum de autodeterminación económica que nos exima del yugo fiscal al que el resto nos tiene sometidos. Un referéndum en el que, en virtud de nuestro inalienable derecho a decidir, solo votaremos nosotros, claro. Queremos la independencia fiscal y no volver a pagar impuestos a una sociedad que no es la nuestra. Les emplazamos a dialogar sin cortapisas y sin condiciones previas, salvo la de que el resultado del diálogo sea la aceptación de nuestra independencia fiscal del resto de los demás. Somos gente pacífica y les tendemos la mano. No nos mueve sino el deseo de ser dueños de nuestro propio destino y la confianza en un futuro que, en nuestras propias manos, será con toda seguridad mejor.

Buenas tardes"