2011/10/24

Civilización

Un hombre aturdido es zarandeado por una muchedumbre enardecida, desbocada, iracunda, sin freno. Le han dado caza. El hombre no es bueno; de hecho es muy malo. Ha matado o mandado matar a decenas de miles. Pero en ese momento no es más que un hombre, como todos los demás, como los que le han capturado y ahora le golpean, le hieren, le sodomizan y, al final, le asesinan.

El ser humano surge cuando, habiendo encontrado dentro de sí un Yo, es capaz de reconocer en el Otro a otro individuo que, a su imagen y semejanza, también ha encontrado un Yo. Y es ese reconocimiento lo que funda la sociedad, la civilización. Todavía le llevará a la humanidad casi cien mil años darle forma a esa intuición, cuando Kant acuña el imperativo categórico. Pero desde mucho antes la civilización se basa en darle un carácter sagrado a ese Yo de los otros tú. Dentro de Gadafi había un Yo. Schoppenhauer habría dicho que el Mundo se desvanece también al morir Gadafi. La ira que cegó a sus asesinos los privó de su condición humana, y convirtió a esa jauría asesina en una manada de bestias que se han puesto a la misma altura que la bestia cazada.

Nunca más.

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