2013/02/12

La banalidad de la corrupción

Es ya muy conocida la tesis de la banalidad del mal. Su autora, Hanna Arendt, la acuñó en la crónica que llevó a cabo para la revista norteamericana New Yorker del juicio celebrado a principios de los años sesenta del siglo pasado a Adolf Eichman, criminal de guerra nazi que agentes del servicio de espionaje israelí habían localizado en su escondite bonaerense y, posteriormente, secuestrado y conducido a Israel para ser juzgado. La tesis de Arendt resultó chocante, provocadora y desconcertó a buena parte de la comunidad judía (a la que la filósofa de origen alemán pertenecía, por cierto). Puede resumirse en que muchos de los criminales de guerra nazis no eran monstruos de maldad pofunda y densa; eran gente básicamente normal, que quería a sus padres, mujeres a hijos, buenos vecinos, buenos miembros de sus comunidades. Sus obras no obedecían a un desequilibrio de sus espíritus. No eran Satán redivido. Eran gente normal... que se dejó llevar por el entorno, e hicieron dejación de su obligación de pensar y ser críticos con lo que estaba ocurriendo. Eichman, a pesar de haber hecho cosas monstruosas, no era un monstruo.

Ni que decir tiene que esta tesis, como decía más arriba, desconcertó a la comunidad judía, que se revolvió contra Arendt. La mitología del nazi como ser abobinable, babeante de sangre de niño judío, malo de maldad totalizante a la que la tesis de la banalidad del mal se oponía, debía preservarse. Los nazis tenían que ser distintos y distinguibles. No podía ser que los nazis fuesen gente normal, banal. Y Arendt debió enfrentarse a severas críticas, empezando por las que recibió "de los suyos".

Traigo esto a cuento de la actual crisis de corrupción que padecemos en España. Urdangarín, Correa, el Bigotes, Bárcenas, Matas, los Pujol, Camps, los del ERE en Andalucía, Sepúlveda, Mato, Arturo/Cantoblanco, Amy Martin,... Los españoles, en plena crisis económica, cuando más deberíamos poder confiar en nuestros dirigentes, nos enfrentamos al espectáculo de cobros en negro, pagos en negro, comisiones ilegales, tráfico de influencias, cuentas en Suiza, malversación de fondos públicos... Y nos enfrentamos a la terrible sensación de que el sistema es tremendamente opaco y tremendamente lento, cuando no remiso, a que se haga justicia, a que se depuren responsabilidades, a que paguen los corruptos.

 Y posiblemente pensamos en las personas que están implicadas en los casos de corrupción como personas particularmente malas, taimadas, calculadoras, mezquinas, sin escrúpulos, sin moral, sin valores.

Pues bien, yo creo que esto no es así. Creo que la tesis de la banalidad del mal de Hanna Arendt aplica perfectamente a la situación que vivimos. Creo que los corruptos son básicamente personas normales, que se "dejaron llevar" sin reflexionar sobre lo que hacían, influidas por un entorno y un cotexto social y económico muy permisivo. No niego que haya casos de "malos genuinos" (como posiblemente Hitler o Himmler lo fueran) pero, en su mayor parte, los corruptos son gente normal, como nosotros.

Gente que se ha visto situada en una posición en la que han tenido que decidir sobre el origen o destino de dinero, o de concesiones, de favores,...

¿Pero quién, en su ámbito de decisión, está libre de pecado? El mecanismo del que cobra en negro en un partido político es el mismo que el del que cobra en negro en una empresa. El mecanismo del que enchufa a alguien en la administración es el mismo del que pide un enchufe para un familiar o amigo. El que elude pagar el IVA, no da de alta a su empled@ de hogar en la Seguridad Social,...

 Todas esas son corruptelas de la vida diaria, y el proceso mental que nos conduce a incurrir en ellas no es muy distinto del que cobra en B en un partido "chico, es de lo más normal, se ha hecho toda la vida". ¿Pensamos de verdad que ese amable vecino, que tan cariñosamente se ocupa de nuestros hijos cuando vamos al cine, nos trae el pan el domingo sin que se lo pidamos y nos ríe los chistes cada mañana en el ascensor, pero no paga IVA, defrauda si puede en la declaración del IRPF, busca enchufar a sus hijos más allá de sus méritos, pensamos de verdad que, si estuviese en la situación de dar a dedo un contrato, enchufar al hijo de un amigo, cobrar en B, no lo haría?

Los corruptos no son una clase aparte en la sociedad española. Son la imagen de todos nosotros, proyectada en el espejo del poder. La corrupción es banal.

7 comentarios:

  1. Cuánta tristemente razón tienes. Nos gusta pensar que somos mejores que "los malos", pero ya dice Jesús: "El que es honrado en lo poco, también lo será en lo mucho; y el que no es íntegro en lo poco, tampoco lo será en lo mucho." (Lc 16:10)

    La única diferencia entre los malos y nosotros, es que no hemos estado cerca de la caja...

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    1. Lo cual no es justificación alguna; quizás es que lo que no sea banal es el bien...

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  2. ¿abobinable? o abobidable...

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  3. ¿abobinable? o abobidable...

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  4. Ser honrado en las cosas pequeñas... cuando sabes que nadie se va a enterar... eso si que tiene mérito, supone muchas veces un gran esfuerzo, incluso si uno se cree buena persona

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    1. Es verdad; por eso le decía a Augusto más arriba que quizás, lo que no sea banal, es el bien.

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