2013/09/03

Lecturas de verano (2/3): Spinoza y el espejismo del "para qué"

Spinoza es uno de mis héroes. Creo que es uno de los personajes más fascinantes de la historia. Nació en Amsterdam en la década de 1630, y vivió apenas 45 ó 46 años. Era hijo de una familia de origen sefardí, procedente de Portugal. Como buena parte de los judíos descendientes de los que se asentaron en Amsterdam buscando la tolerancia holandesa y huyendo del fanatismo ibérico, su idioma del día a día era el portugués, pero la forma culta de expresión era el español. Ambas fueron las lenguas maternas de Spinoza que, seguramente, pensó su obra filosófica en estas lenguas (¿quién dijo que no se puede filosofar en español?). La escribió en latín, idioma que aprendió en su adolescencia. Aunque también hablaba holandés, nunca se sintió cómodo expresándose en dicha lengua.

Spinoza vivió una vida austera, totalmente consagrada a la reflexión filosófica, sustentándose con su oficio de pulidor de lentes, que le proporcionó no sólo un modo de ganarse la vida sino la libertad que quería para pensar.

 A sus veintipocos años fue expulsado de la comunidad judía de Amsterdam por sus ideas librepensadoras, críticas con la veracidad de las escrituras y ateas. Por esas mismas ideas fue perseguido por la Iglesia Reformada. La Inquisición española le tenía fichado como un peligroso pensador ateo, a partir de los informes de diversos españoles que pasaban por Amsterdam. ¡Era único granjeándose el favor de las distintas iglesias, siempre tan abiertas a tolerar a los que discrepan de ellas!

Spinoza fue el primer defensor radical de la libertad de pensamiento. En su Tractatus Theologicus Politicus defiende que la religión no puede ni debe imponer una forma de pensar al estado, y que éste debe preservar por todos los medios la libertad de pensamiento de sus súbditos (la noción de ciudadanía llegaría después). Defendió que la religión debe separarse por completo no sólo del gobierno, sino también de la filosofía, pues ésta busca la verdad y aquélla el consuelo.

Vivió toda su vida acechado por sus paisanos y por el poder político y religioso. Incluso para la muy tolerante Holanda sus ideas eran demasiado atrevidas.

Su obra central es la "Ética demostrada al modo geométrico". Es un libro fascinante tanto por su contenido como por su forma. Desde el punto de vista del contenido, la Ética es un viaje desde el concepto de Dios que, como es sabido, para Spinoza no es sino el conjunto de toda la Naturaleza, con sus leyes causales y su contenido material (Deus sive Natura), hasta la formulación de una teoría de la buena vida.

Para Spinoza la realidad no es sino la materia, gobernada por una matriz lógica de relaciones de causa-efecto que explica todo lo que ocurre. A ese todo Spinoza lo llama Dios. No hay un libro tan ateo en su contenido y que, sin embargo, más veces se refiera a Dios, así, con mayúsculas.

Desde el punto de vista de la forma, la Ética de Spinoza está construida como si de los principios de las geometría de Euclides se tratase: cinco partes, estructuradas, construidas, a partir de definiciones, axiomas, proposiciones, demostraciones de estas proposiciones y escolios o comentarios a las mismas.

El Dios de Spinoza no puede estar más alejado del Dios de las religiones del libro. No es personal. No tiene voluntad. Obra a través de la secuencia de causa-efecto implícita en la lógica del universo. No puede obrar de forma diferente de como lo hace.Y el hombre no está fuera del orden de esa trama, de esa cadena de relaciones causa efecto. Es parte del mismo. El cuerpo y el pensamiento no son sino caras de la misma realidad, gibernada por los mismos principios.

En el universo de Spinoza no hay libre albedrío; no hay culpa, porque no hay autodeterminación de los hombres. No hay tanto falsedad cuanto causas mal conocidas. No debe ser vilipendiado el que obra mal, porque en última instancia sólo le ha faltado el conocimiento preciso para obrar bien.

Y, sobre todo, en la metafísica de Spinoza no hay "para qué". Dios no tiene fines, finalidades. En la Natiraleza no hay "para qué", hay "por qué". No hay causas finales, hay causas eficientes. Spinoza piensa que la pregunta ¿para qué? va a conducir a respuestas erróneas.

Y eso es radicalmente contrario a lo que el relato de las religiones nos cuenta. En ese relato, hay un ser, Dios, que tiene un plan, tiene un fin. En ese relato el hombre debe descubrir el fin de su existencia, el "para qué" de su existencia. En ese relato, la propia evolución del cosmos "apunta en una dirección", se orienta a un fin.

Por eso la metafísica de Spinza y su concepción del hombre son tan radicalmente ateas: no existe el para qué; existe el "por qué", existen las leyes de la naturaleza. ¿Qué es el Bien? el Bien no es sino el conocimiento, lo más perfecto posible, de dichas leyes. ¿Qué es la buena vida? La que se rige por dicho conocimiento y, por lo tanto, ni se engríe en el éxito ni se desespera en el fracaso (con los estoicos).

Dos siglos después de Spinoza, la Darwin le dio la razón. El hombre puede explicarse en su génesis mediante  su Teoría de la Evolución: las meras leyes naturales, un ciego proceso de mutaciones y selección de los especímenes mejor adaptados, sin finalidad "a priori", son capaces de llevarnos desde las bacterias hasta el ser humano.

No hace falta el "para qué".

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