2015/01/31

Yo soy social-liberal (creo)

Creo que, en lo político, yo soy social-liberal. La vertiente liberal de mi identificación política parte de mi creencia en la centralidad del concepto de ciudadano como sujeto político. Creo en una sociedad de ciudadanos, que son los sujetos de los derechos, que se otorgan unos a otros. Creo que esta red de derechos, junto con su inseparable contraparte de obligaciones, debe ser consecuencia de un permanente proceso de debate entre iguales en democracia. Creo en la democracia de un voto por cada ciudadano. Creo que, en este proceso, la contraposición de puntos de vista no sólo no es perjudicial, sino que es necesaria. Creo que todos los ciudadanos están legitimados a defender sus intereses, todos por igual, con independencia de su origen, de sus creencias personales, de su ideología o de su sexo. Creo que, en la arena pública, cualquier tipo de "casta" no debe imponer sus intereses a los de la mayoría, siendo esta casta de naturaleza económica, tecnocrática, partitocrática, religiosa o universitaria. Creo que la forma en la que las democracias occidentales se definen a partir de la Ilustración es la correcta, y no me molesta que haya instituciones que formalmente estructuren los estados, siempre que esas instituciones respondan a principios de transparencia, exposición periódica a la voluntad de los ciudadanos y respeto a las reglas.No me molesta que estas instituciones medien entre la soberanía de los ciudadanos y la toma de decisiones; me molesta sin embargo que haya personas que quieran ejercer de mediadores. Como creo que la confrontación de ideas e intereses es genuinamente buena, creo también que la tolerancia es un principio básico para la democracia. Creo que los "movimientos" que se autoinfunden de legitimidad única e identifican al "pueblo" o la "gente" con ellos mismo son perjudiciales, no me importa si su origen es religioso, nacionalista o ideológico. No soy tan ingenuo como para pensar que esta forma de organización sea perfecta, pero creo que, en las condiciones que he expuesto, ella misma genera los mecanismos de corrección necesarios para la salud democrática del sistema a medio y largo plazo.

También con los liberales, creo que el mercado es, en principio, una buena forma de organización económica y de asignación de recursos. Creo en la iniciativa privada y creo que esta inciativa, si es exitosa, debe poder ser recompensada económicamente. Creo que la historia nos ha demostrado sobradamente que las alternativas al mercado han fracasado estrepitosamente, generando pobreza y miseria. La realidad es demasiado compleja para ser abordada con planteamientos de planificación central.

Sin embargo, creo que el mercado debe ser regulado. En primer lugar, debe ser regulado para que funcione como en teoría debe hacerlo. Por eso creo que debe asegurarse que la libre competencia sea tal y creo que, cuando la propia dinámica del mercado genera situaciones de monopolio u oligopolio, deben existir mecanismos que restauren el equilibrio.

En segundo lugar, creo que el mercado debe ser regulado para asegurar que sus efectos a medio y largo plazo sean los deseados. Creo que el mercado es cortoplacista, y no se preocupa de las externalidades negativas que su juego pueda deparar en el futuro. Así, creo que el cuidado del medioambiente, como de otros bienes intangibles, como por ejemplo la cultura o la investigación científica, no deben dejarse al albur del mercado.

Y, en tercer lugar, creo que el mercado no puede imponerse a la política. Creo que las fuerzas asociadas a los intereses económicos no deben capturar las instituciones democráticas. Para conseguir esto, creo que los principios de transparencia y de ciudadanía deben gobernar dichas instituciones.

Con los socialistas, creo radicalmente en la igualdad de oportunidades, y creo que la política debe asegurar su realidad efectiva. Creo en una sociedad que, fundamentada en esa igualdad de oportunidades, sea razonablemente homogénea. No igualitaria, pero sí homogénea. Por ello creo que el estado debe asegurar a todos los ciudadanos el acceso gratuito a una educación excelente, a la mejor, y a una sanidad excelente, la mejor. Para ello, creo en los mecanismos de redistribución de la riqueza basados en impuestos a las rentas del capital y del trabajo, y no me molestan los impuestos razonables a las grandes fortunas.

La crisis del sistema político español, con el descrédito de los partidos tradicionales, no se resuelve con menos democracia liberal, sino con más democracia liberal; no se resuelve con menos solidaridad, sino con más solidaridad. No se resuelve con menos medios privados de comuncación, sino con más medios privados de comuncación. No se resuelve con llamamientos a la movilización de "la gente" contra "la casta", sino con mucha más transparencia que muestre a las claras los tejemanejes de cualquier tipo de casta.

Coincido en buena medida con el diagnóstico que hace Podemos de la situación. Pero la solución a los problemas que señala ese diagnóstico no puede pasar por reemplazar a una casta por otra. La regeneración democrática no pasa por la instauración de un "movimiento popular", sino por la reforma de las instituciones para asegurar su transparencia e independecia. La solución a esos problemas no puede pasar por reemplazar el mercado (regulado) y la iniciativa privada por modelos de planificación central. La solución a esos problemas debe pasar por la existencia de mecanismos de redistribución de la riqueza que aseguren la igualdad de oportunidades a todos.

Leía hoy en El País que Pablo Iglesias trufa su discurso de referencias de origen cristiano. Es así. Yo, más aún que social-liberal, me defino como cristiano funcional. Dios no existe, pero el mensaje de Jesús me atrae y me llama, y procuro (sin conseguirlo) que articule mi vida. Pero sé que esto es una opción personal, y que en una sociedad de ciudadanos la ética del cristianismo funcional no puede ser la base de la organización social. Todos somos iguales en dignidad, y todos tenemos derecho a las mismas oportunidades en la vida, pero sé que unos las aprovecharán más que otros y debemos vivir con esta realidad.

Dicho esto, creo, finalmente, que la contrapartida a la universalidad de la dignidad es la fraternidad, y por eso creo que todos tenemos el deber de asisitir a aquellos que, a pesar de tener las mismas oportunidades, no las hayan aprovechado.

En definitiva, creo en la libertad, la igualdad (de oportunidades) y la fraternidad. Los valores que han hecho de la Europa Occidental el espacio de mayor libertad, de mayores posibilidades para el desarrollo personal y de mayor cohesión social de la historia. Y por eso me gustan tan poco Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Monedero. No me leaís mal; me gustan igual de poco Bárcenas y los de los EREs, y sólo un poco más Rajoy o Cospedal. Pero a estos sé que los podremos echar en unas elecciones, y con los primeros tengo serias dudas.

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