2015/09/28

EL País de las Maravillas, o la desfachatez intelectual



De modo que ella, sentada con los ojos cerrados, casi se creía en el país de las maravillas, aunque sabía que sólo tenía que abrirlos para que todo se transformara en obtusa realidad, Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll

Una norma básica de la convivencia civilizada es la honestidad intelectual, que se le supone, como el valor al soldado, a cualquier persona en todos los ámbitos de su vida social. De hecho, ahora que acabo de leer la primera frase, me corrijo a mí mismo. No es una norma de la convivencia civilizada. Es una precondición para la convivencia civilizada. Porque sin honestidad intelectual es imposible que las personas se entiendan. Bien estemos de acuerdo con el Wittgenstein del Tractatus (y opinemos que somos capaces de representar figurativamente la realidad y de expresarla en el lenguaje gracias a una forma lógica que éste y aquélla comparten), bien opinemos como el de las Investigaciones Filosóficas (que el lenguaje es un conjunto de reglas más o menos convencionales, cuya validez no procede de forma lógica alguna, sino de su funcionalidad), para que las personas nos entendamos son necesarias unas reglas básicas que dotan de efectividad al discurso argumental.
Algunas de estas reglas (y no pretendo aquí ser exhaustivo) son: la no negación de la evidencia; la no alteración del significado de las palabras sin el acuerdo común; la no adaptación de las premisas del argumento, o del argumento mismo, a la propia conveniencia para valorar algunos aspectos de las realidad más que otros; en definitiva, la renuncia a la alteración de la percepción o valoración de la realidad cuando la legitimación de una determinada posición pública depende de dicha realidad. Dicho de otro modo, la renuncia a tergiversar los hechos o su valor cuando los hechos a uno no le dan la razón.

Cuando personas o grupos de personas se alejan de forma sistemática de la honestidad intelectual, comportándose con total desfachatez intelectual, la convivencia se hace muy difícil, porque es casi imposible entenderse con ellas.

En un ámbito social muy relevante pero más o menos inocuo, como es el del fútbol, es frecuente encontrar un comportamiento típico de falta de honestidad intelectual. Como madridista, lo he detectado frecuentemente en algunos de mis sufridos correligionarios merengues, en esta última época de dominio barcelonista en juego y resultados. En algunas ocasiones, cuando hemos sido derrotados con justicia, algunos se agarran a una jugada aislada, de cuestionable juicio arbitral, para argumentar que “todo hubiera sido distinto si…”; ello a pesar de haber recibido un baño en el juego durante los noventa minutos.

Los políticos practican la desfachatez intelectual con gran solvencia y excelente desempeño. Las noches electorales son una buena muestra de ello. Frente a la evidencia de la derrota, la referencia a alguna derrota aún peor en el pasado, o a la aún peor sufrida por algún adversario, o a lo mal que pintaban las encuestas tan solo unas semanas antes del día de la votación.

Pero pocas veces hemos asistido a un ejercicio de desfachatez intelectual comparable al de los independentistas catalanes en los días previos a la votación del 27 de septiembre y en las horas posteriores. Veamos.

Se convocan unas elecciones autonómicas. Pero los convocantes dicen hasta la extenuación que las elecciones se deben leer en clave plebiscitaria, no como una elección autonómica más; la votación de tu vida, rezaba uno de sus lemas electorales. Que  las elecciones son un plebiscito, vaya. Y no un plebiscito genérico, sino un plebiscito sobre la independencia de Cataluña respecto del resto de España. Y constituyen una plataforma electoral que se llama Junts Pel Si. Y su programa electoral es el más corto de la historia: conseguir la independencia tras un periodo de negociación con España y la UE.

Según su narrativa, se recurre a las elecciones plebiscitarias ante la imposibilidad de convocar un referéndum legal. El ideal habría sido el referéndum. Escuchar al pueblo catalán, permitir que el pueblo catalán ejerza su derecho a decidir. Eso es lo que los independentistas querían.
Un plebiscito; una persona un voto. Se cuentan los votos en pro de una opción, se cuentan los votos en pro de la otra, y se concluye.

Pero ay, el significado de las palabras parece ser “líquido” para los independentistas postmodernos. Ya en la víspera de las elecciones, a la vista de las encuestas, Mas se descuelga con que la mayoría de parlamentarios a él le basta para continuar con el proceso. Un momento… ¿no era Mas el que decía que las elecciones debían leerse como un plebiscito? La honestidad intelectual debería haber llevado a Mas a aceptar que sin la mayoría del voto, el proceso no puede continuar, porque la mayoría de los ciudadanos catalanes no lo respaldan, por más que la ley electoral produzca un resultado que, en número de parlamentarios, no traduce exactamente el resultado del voto popular. Desfachatez intelectual.

Y llega el resultado. Lo primero es que Junqueras se descuelga con “hemos ganado en escaños y en votos”; negación de la evidencia, desfachatez intelectual; y luego llega Mas y dice que se siente legitimado para seguir, porque aunque no ha ganado en votos, lo ha hecho en escaños (dando por supuesto que los escaños de la CUP son suyos… mucho suponer; una, en esta ocasión pequeña, desfachatez intelectual). Propongo este experimento mental. Supongamos que los partidos constitucionalistas hubieran ido en una sola lista, y que hubieran ganado en escaños, pero no en voto popular. ¿Hubiera dicho Mas que los constitucionalistas habrían estado legitimados para detener el proceso? ¿O más bien habría gritado los cuatro vientos que la legitimidad no procede de los escaños sino de los votos? Todos sabemos lo que habría hecho. Gran desfachatez intelectual: la legitimidad se constituye… según a mí me convenga.

Y qué decir de la negación de las implicaciones de la independencia respecto de la pertenencia a la UE, al euro, … o dela forma en la que la presidenta del parlamento catalán adoctrinaba a unos niños sobre los sucesos de 1714, torciendo la verdad, manipulando de forma descarada… Gran desfachatez intelectual.

Yo creo que los catalanes tienen derecho a decidir si quieren o no formar parte de España y de la UE. Creo que hay que hacer lo posible para que se manifiesten al respecto en un referéndum legal y vinculante, en el que voten tan solo ellos. Creo que si para hacerlo es necesario reformar la Constitución, pues refórmese.

Pero también creo que la forma de gestionar el proceso por parte de los independentistas ha sido la expresión de uno de los mayores ejercicios de desfachatez intelectual de la historia europea reciente.
Y desde mi punto de vista, nada pone de manifiesto la desfachatez intelectual de los independentistas como el uso que hacen del término Cataluña.

Durante la campaña Cataluña es el País de las Maravillas, en el que no habrá desempleo, la economía crecerá a un ritmo de vértigo y no habrá corrupción. No sólo; en el País de las Maravillas, nadie se sentirá extraño; no importa cómo se apellide, en qué lengua hable; de dónde venga. Todos serán Cataluña.

Pero basta que acabe el recuento para que los líderes independentistas clamen “¡¡Esta noche ha ganado Cataluña!!”. Y no, no se refieren a que han ganado los no partidarios de la independencia. En este caso la desfachatez intelectual es múltiple y encadenada. Ellos, lo que quieren decir, es que “esta noche los que hablamos catalán y nos sentimos sobre todo catalanes hemos ganado”. Es decir, que identifican Cataluña con ese 48% de la sociedad catalana. Expulsan al resto de Cataluña. Y, como si ese 52% no existiese, claman victoria. Tremenda desfachatez intelectual.

2015/05/25

Elecciones municipales y autonómicas: mi modesto análisis

Pues bien, ya tenemos los resultados de las elecciones autonómicas y municipales. ¿Qué lectura cabe hacer de ellas? Bien, lecturas cabe hacer muchas. Por ejemplo, Rajoy hace la suya, y creo que sigue sin enterarse de lo que está ocurriendo.

Yo creo que los electores, los ciudadanos, le están diciendo a gritos a los partidos en general, y al PP y al PSOE en particular, que una fase de nuestra vida democrática en la que les extendíamos cheques en blanco para que hiciesen con nuestros votos lo que le pareciese se ha acabado. Les están diciendo a gritos que el período en el que un voto era una declaración de confianza ciega se ha terminado. Que tienen que respetarnos más; que tienen que respetarnos mucho más. Que los ciudadanos quieren tener un control mucho más estrecho de lo que los políticos hacen, que quieren transparencia total de la gestión de lo público. Que quieren que sea realmente el interés general el que guíe sus actuaciones.

Y, ¿por qué se ha producido este aviso, que es casi un último aviso para los partidos de siempre, pero que es también una advertencia para los nuevos partidos? Porque los cuidadanos están hartos de dos cosas, con mayor o menor énfasis en cada una de ellas en función de la situación de cada uno y de su sensibilidad:

Hartos de que la salida de la crisis sea a costa de una aumento tremendo de la desigualdad en España. Unos porque padecen la desigualdad, otros porque nos parece un insulto intolerable a la dignidad de las personas, y un retroceso de décadas en los avances del modelo europeo de convivencia, no queremos que las políticas que no cuidan a los más fovorecidos continúen. Y no sólo es el PP. Según el informe de la OCDE sobre desigualdad, el periodo en el que ésta más aumento fue el 2007-2011, la segunda legislatura de Zapatero.

Hartos de la corrupción, y de ver una y otra vez cómo los poderosos han tomado lo público al asalto, pensando que era de su propiedad, y han robado una y otra vez. Corrupción que se ha convertido en sistémica en algunas zonas del poder político y económico: puertas giratorias, el PSOE en Andalucía, el PP en Madrid y Valencia... Y no sólo corrupción, también uso ilegítimo de lo público. La amiga Barberá se gasta 268.000 euros en cuatro años en comilonas y hoteles... y no sólo se presenta a las elecciones, sino que pretende ganarlas. Buena parte de la ciudadanía piensa que lo público se ha convertido en un gigantesco negocio, del que se han estado beneficiando algunos políticos y algunas tramas de intereses económicos, robándonos a todos los demás.

Rajoy habla de estabilidad. Y  no se da cuenta de que los ciudadanos lo que quieren es... cambio. Rajoy apenas habla de corrupción, como si el tema no fuese con él, como si su tesorero de muchos años, los tres presidentes de las diputaciones de la región valenciana (del PP), casi la mitad del grupo parlamentario del PP en Valencia, Jaume Matas, Francisco Granados, López Viejo, etc etc no tuviesen nada que ver con él.

Rajoy habla de la macroeconomía, y todos nos alegramos muchísimo de que las grandes cifras mejoren; yo, desde luego, me alegro muchísimo. Pero Rajoy no se da cuenta de que cuando traspasó las líneas rojas que dijo que nunca traspasaría, en sanidad, educación, en pensiones, quebró el pacto social en práctica desde los Pactos de la Moncloa en España: "todos a una", o "o todos o ninguno". La OCDE dice que los ricos en España han perdido el 1,3% de su renta cada año durante la crisis, mientras que los pobres han perdido el 13% cada año.

Creo que tiene razón Rivera cuando dice que más que el contenido material de las políticas (que también), lo que nunca va a ser igual va a ser la forma de hacer política. Los ciudadanos quieren recuperar el control. No creo que mayoritariamente quieran un proceso constituyente. La Constitución del 78 es básicamente estupenda. Necesita adaptaciones, pero no un cambio de raíz. Creo que los ciudadanos respetan mucho más las instituciones que lo que unos políticos creen (PP, CiU, PSOE) y otros desean (Podemos). Y si el PP y el PSOE no se dan cuenta de esto, acabarán por desaparecer.

Y por eso, porque el resultado me parece un gigantesco ejercicio de democracia y, a pesar del vértigo de ver a los amigos Iglesias/Errejón/Monedero exultantes, estoy muy contento.

2015/02/26

De la realidad (¡Toma ya!, o qué atrevida es la ignorancia)



¿Qué es la realidad? ¿Qué es lo real? ¿Es real el ordenador con el que escribo estas líneas? ¿Es real el infinito? ¿Es real el Bien? ¿Es real la Belleza?

Para el primer Wittgenstein (en una versión simplificada), la realidad es el conjunto de los objetos y las formas en las que pueden combinarse. “El mundo es lo que acontece”, “lo que acontece son estados de cosas” y “la realidad es lo que acontece y lo que podría acontecer”. De este modo, la afirmación “la mesa está en el centro de la habitación” se refiere a la realidad; la afirmación “la desigualdad extrema atenta contra la dignidad humana” no se refiere a la realidad. Los positivistas del Círculo de Viena, que hicieron suyo al primer Wittgenstein (en mayor medida de la que éste se consideró parte del club), establecieron que el significado de una expresión radica en su forma de verificación. Rehaciendo algo su famosa máxima, podríamos decir que es real aquello a lo que  puede uno referirse de tal forma que esta referencia pueda ser verdad o mentira, de tal forma que la afirmación “tenga un valor de verdad”.

Esta forma de pensar diríamos que es cercana al positivismo anglosajón: lo real es aquello de lo que nos informan nuestros sentidos. Es la experiencia sensorial la que nos permite “conectar” con la realidad. Es real lo “objetivo”, aquello de lo que podemos informar a los demás con precisión, porque ellos tienen una experiencia similar. El carácter esférico del balón de fútbol es real; su “amarillidad” no tanto, porque no podemos acceder a la experiencia de lo amarillo en las mentes de los otros. (Sin embargo, sí es real la longitud de onda de la luz que el balón refleja; otra cosa es cómo nuestro cerebro traduce esa luz en una experiencia de “lo amarillo”).

Pero yo creo que las cosas son un poco más complicadas. Veamos. El bosón de Higgs, ¿era real antes de que fuese detectado en el acelerador del CERN? ¿Era real el bosón cuando sólo era un término en un conjunto de ecuaciones? 

Otro ejemplo. Muchas de las teorías acerca de la estructura del universo postulan la existencia de más dimensiones que las tres espaciales y el tiempo. Sin embargo, nosotros somos seres “confinados” en un mundo de largo, ancho y alto, y de devenir. No podemos acceder a las restantes dimensiones. ¿Significa esto que estas otras dimensiones no son reales?

Más ejemplos. ¿Existen los números? En la definición de Frege, un número es lo que tienen en común todos los conjuntos con una cardinalidad igual a dicho número. Frege pensaba que los números son objetos reales, tan reales como las gafas que me permiten leer mientras escribo. Uno podría objetar que no, que los números son abstracciones que hacemos a partir de la experiencia. Si así fuese, no habría números sin una mente que los pensase. Sin embargo, “hay” números en la naturaleza. Mucho antes de que los babilonios empezasen a pensar en términos de números, y mucho después de que nuestra especie desaparezca, dos cuerpos se atraen con una fuerza que depende del cuadrado de la distancia que los separa. Del cuadrado. De alguna forma, el número “2” está implícito en esa ley. No depende de la unidad de medida de la distancia. Es una relación “absoluta”.
Vamos a suponer por un momento que existen los números naturales, que forman parte de la realidad. ¿Cuántos hay? Definidos el “0” y el “1”, y definido el número n+1 una vez que se tiene el enésimo, sabemos que la serie de los números naturales no se detiene. ¿Existe entonces el infinito? Gauss decía que el infinito definido de esta forma no existía, que siempre, al hacer matemáticas, el infinito entendido como el límite de la serie de los números naturales era una forma de hablar. Sin embargo algunos de los más brillantes sucesores de Gauss, entre ellos Cantor y Dedekind mostraron otra forma de entender el infinito. Veamos. Tomemos la serie de los números naturales, 1,2,3,4… Ahora hagamos corresponder cada número natural con un número par: (1,2), (2,4), (3,6), (4,8), … ¡¡Hay una correspondencia perfecta!! El cardinal de los números naturales es igual al cardinal de los números pares. A partir de esta característica de los números naturales, Cantor y sus colegas definieron infinito como el cardinal de un conjunto en el que la parte es igual al todo (por simplificar). Si los números naturales forman parte de la realidad, ¿es el infinito así definido también real?

Yo creo que sí. Supongamos, por un momento, que esto fuese así. Esto significaría que las matemáticas tienen un valor “semántico”, que los desarrollos matemáticos no sólo pueden ser correctos o incorrectos, sino, además, verdaderos o falsos. Algo de esto hay en el teorema de Gödel, en el que su autor, de alguna forma, “sale” fuera del sistema formal para decir cosas sobre dicho sistema que, dentro de éste, no pueden afirmarse.

Y si esto es así de las matemáticas, ¿se podría llegar a decir algo parecido de lo bello, o lo bueno? Bien, Wittgenstein dijo que no. No sé, me cuesta resignarme.

2015/01/31

Yo soy social-liberal (creo)

Creo que, en lo político, yo soy social-liberal. La vertiente liberal de mi identificación política parte de mi creencia en la centralidad del concepto de ciudadano como sujeto político. Creo en una sociedad de ciudadanos, que son los sujetos de los derechos, que se otorgan unos a otros. Creo que esta red de derechos, junto con su inseparable contraparte de obligaciones, debe ser consecuencia de un permanente proceso de debate entre iguales en democracia. Creo en la democracia de un voto por cada ciudadano. Creo que, en este proceso, la contraposición de puntos de vista no sólo no es perjudicial, sino que es necesaria. Creo que todos los ciudadanos están legitimados a defender sus intereses, todos por igual, con independencia de su origen, de sus creencias personales, de su ideología o de su sexo. Creo que, en la arena pública, cualquier tipo de "casta" no debe imponer sus intereses a los de la mayoría, siendo esta casta de naturaleza económica, tecnocrática, partitocrática, religiosa o universitaria. Creo que la forma en la que las democracias occidentales se definen a partir de la Ilustración es la correcta, y no me molesta que haya instituciones que formalmente estructuren los estados, siempre que esas instituciones respondan a principios de transparencia, exposición periódica a la voluntad de los ciudadanos y respeto a las reglas.No me molesta que estas instituciones medien entre la soberanía de los ciudadanos y la toma de decisiones; me molesta sin embargo que haya personas que quieran ejercer de mediadores. Como creo que la confrontación de ideas e intereses es genuinamente buena, creo también que la tolerancia es un principio básico para la democracia. Creo que los "movimientos" que se autoinfunden de legitimidad única e identifican al "pueblo" o la "gente" con ellos mismo son perjudiciales, no me importa si su origen es religioso, nacionalista o ideológico. No soy tan ingenuo como para pensar que esta forma de organización sea perfecta, pero creo que, en las condiciones que he expuesto, ella misma genera los mecanismos de corrección necesarios para la salud democrática del sistema a medio y largo plazo.

También con los liberales, creo que el mercado es, en principio, una buena forma de organización económica y de asignación de recursos. Creo en la iniciativa privada y creo que esta inciativa, si es exitosa, debe poder ser recompensada económicamente. Creo que la historia nos ha demostrado sobradamente que las alternativas al mercado han fracasado estrepitosamente, generando pobreza y miseria. La realidad es demasiado compleja para ser abordada con planteamientos de planificación central.

Sin embargo, creo que el mercado debe ser regulado. En primer lugar, debe ser regulado para que funcione como en teoría debe hacerlo. Por eso creo que debe asegurarse que la libre competencia sea tal y creo que, cuando la propia dinámica del mercado genera situaciones de monopolio u oligopolio, deben existir mecanismos que restauren el equilibrio.

En segundo lugar, creo que el mercado debe ser regulado para asegurar que sus efectos a medio y largo plazo sean los deseados. Creo que el mercado es cortoplacista, y no se preocupa de las externalidades negativas que su juego pueda deparar en el futuro. Así, creo que el cuidado del medioambiente, como de otros bienes intangibles, como por ejemplo la cultura o la investigación científica, no deben dejarse al albur del mercado.

Y, en tercer lugar, creo que el mercado no puede imponerse a la política. Creo que las fuerzas asociadas a los intereses económicos no deben capturar las instituciones democráticas. Para conseguir esto, creo que los principios de transparencia y de ciudadanía deben gobernar dichas instituciones.

Con los socialistas, creo radicalmente en la igualdad de oportunidades, y creo que la política debe asegurar su realidad efectiva. Creo en una sociedad que, fundamentada en esa igualdad de oportunidades, sea razonablemente homogénea. No igualitaria, pero sí homogénea. Por ello creo que el estado debe asegurar a todos los ciudadanos el acceso gratuito a una educación excelente, a la mejor, y a una sanidad excelente, la mejor. Para ello, creo en los mecanismos de redistribución de la riqueza basados en impuestos a las rentas del capital y del trabajo, y no me molestan los impuestos razonables a las grandes fortunas.

La crisis del sistema político español, con el descrédito de los partidos tradicionales, no se resuelve con menos democracia liberal, sino con más democracia liberal; no se resuelve con menos solidaridad, sino con más solidaridad. No se resuelve con menos medios privados de comuncación, sino con más medios privados de comuncación. No se resuelve con llamamientos a la movilización de "la gente" contra "la casta", sino con mucha más transparencia que muestre a las claras los tejemanejes de cualquier tipo de casta.

Coincido en buena medida con el diagnóstico que hace Podemos de la situación. Pero la solución a los problemas que señala ese diagnóstico no puede pasar por reemplazar a una casta por otra. La regeneración democrática no pasa por la instauración de un "movimiento popular", sino por la reforma de las instituciones para asegurar su transparencia e independecia. La solución a esos problemas no puede pasar por reemplazar el mercado (regulado) y la iniciativa privada por modelos de planificación central. La solución a esos problemas debe pasar por la existencia de mecanismos de redistribución de la riqueza que aseguren la igualdad de oportunidades a todos.

Leía hoy en El País que Pablo Iglesias trufa su discurso de referencias de origen cristiano. Es así. Yo, más aún que social-liberal, me defino como cristiano funcional. Dios no existe, pero el mensaje de Jesús me atrae y me llama, y procuro (sin conseguirlo) que articule mi vida. Pero sé que esto es una opción personal, y que en una sociedad de ciudadanos la ética del cristianismo funcional no puede ser la base de la organización social. Todos somos iguales en dignidad, y todos tenemos derecho a las mismas oportunidades en la vida, pero sé que unos las aprovecharán más que otros y debemos vivir con esta realidad.

Dicho esto, creo, finalmente, que la contrapartida a la universalidad de la dignidad es la fraternidad, y por eso creo que todos tenemos el deber de asisitir a aquellos que, a pesar de tener las mismas oportunidades, no las hayan aprovechado.

En definitiva, creo en la libertad, la igualdad (de oportunidades) y la fraternidad. Los valores que han hecho de la Europa Occidental el espacio de mayor libertad, de mayores posibilidades para el desarrollo personal y de mayor cohesión social de la historia. Y por eso me gustan tan poco Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Monedero. No me leaís mal; me gustan igual de poco Bárcenas y los de los EREs, y sólo un poco más Rajoy o Cospedal. Pero a estos sé que los podremos echar en unas elecciones, y con los primeros tengo serias dudas.

2015/01/08

Matanza en París (La lírica de la ciudadanía, parte dos)

Tres fanáticos islamistas asesinaron ayer en París a doce personas. Aunque entre los asesinados había quienes no eran dibujantes, el móvil del asesinato ha sido responder al ejercicio de uno de los derechos sobre los que se erige la arquitectura de nuestra civilización, la libertad de expresar libremente lo que a uno le parezca bien. Para desbrozar la senda que pretendo recorrer en esta inserción, diré de antemano que esa misma arquitectura proporciona a cualquiera que, ante cualquier forma de expresión, se sienta ofendido, los recursos para defenderse y restituir su honra o buen nombre.

Uno de los aspectos más descorazonadores y desconcertantes de lo ocurrido es la procedencia de los asesinos. Personas nacidas y educadas en Francia, en principio expuestas a los valores de la Ilustración: libertad, igualdad, fraternidad. Y tolerancia. Y sin embargo, los asesinos son personas  que han optado por los valores de la intolerancia absoluta; que a frente a la libertad han optado por la tiranía, frente a la igualdad por la discriminación radical y frente a la fraternidad por la crueldad.

¿Cómo es esto posible? ¿Por qué parece que, en la batalla de las ideas, lo que debería ser una victoria incontestable de las de la Ilustración, se torna en su derrota?

Hablaba en el mes de septiembre de la la lírica de la ciudadanía, y voy a hacerlo de nuevo hoy. Los seres humanos somos, básicamente, un torbellino de emociones que la razón, especialmente desarrollada en nuestra especie, trata de regular. Pero la mayoría de nosotros, la mayor parte del tiempo, se rige por sus emociones. Miedo; amor; amistad; compasión; ira; envidia;

La confrontación con el fanatismo religioso es desigual, porque, hoy en día, se produce entre las ideas de la Ilustración y las emociones que proporciona la fe. Y entre ellas, una potentísima: sentido, sentido a la vida, que se vive con un propósito cuando la fe se lo proporciona, y tanto más potente como más ámbitos de la vida llene esa fe. Y, en el camino, identidad, pertenencia, autoestima y confianza.

Frente a ello, hemos dejado que la libertad, a fraternidad, la igualdad y los derechos se hayan convertido en ideas, desprovistas de cualquier tipo de sentimiento, desprovistas de la lírica que sin duda las acompañó cuando eran nuevas.

Tenemos que plantar cara al fanatismo en el plano en el que nos está ganando la batalla. A mi me parece emocionante viajar por Europa y sentirme ciudadano europeo. Me parece emocionante que hayamos sido capaces de darnos derechos unos a otros. Me parece emocionante el reconocimiento del otro, como un igual en la especie, que se esconde detrás de la igualdad. Me parece que la fraternidad entre los humanos es un propósito que puede darle sentido a toda una vida.

Tenemos que recuperar la lírica de ser cuidadanos, sentirnos orgullosos de serlo, dejar que la ciudadanía como idea pero también como sentimiento nos haga sentir bien, que la civilización tal y como la entendemos nos de confianza.

En fin, un abrazo a todos los hermanos de la fraternidad de la ciudadanía, especialmente hoy a los que se expresan en la lengua de Descartes y Voltaire.