2017/11/07

Cataluña, realidad y legitimidad

(Para mis amigos Antonio y JAMS; a ver si soy capaz de eliminar, esta vez sí, las erratas))

Cuando Dian Fossey, en las montañas de Virunga, consiguió que su presencia fuese tolerada por los grupos de gorilas y pudo observar su comportamiento social comprobó la existencia en la Naturaleza de las instituciones. En particular, comprobó que existía la institución del macho alfa. El macho alfa, el dominante en el grupo, lo es porque todos en éste creen que lo es. La realidad operante del macho alfa depende de que todos en el grupo efectivamente crean que tal cosa existe.


Los humanos no somos, en el fondo, tan distintos en nuestro comportamiento social. Bueno, sí, somos distintos porque la cantidad, complejidad y variedad de nuestras instituciones es (casi) infinitamente mayor que la de nuestros primos primates. Pero no lo somos en el sentido de que nuestras instituciones sociales son operantes en la medida en la que todos, o una gran mayoría, creamos que lo son. El ejemplo que siempre se usa para ilustrar este hecho es el del dinero. Puedo ir al estanco de la  esquina, comprar un Romeo y Julieta Capuleto y pagarlo con euros porque José Ignacio (el alma mater del estanco Pengui) cree que los euros sirven para pagar. Si llegase y pretendiese hacerlo con billetes del Monopoly, el bueno de José Ignacio, después de pensar inicialmente que yo iba de coña, me diría que el Capuleto lo reservaba para alguien más cabal.

Quizás podría afirmarse que la estructura de nuestra realidad social está formada por las instituciones que hemos creado y, de ellas, por las que resultan operantes. Por ejemplo, la nobleza, que es una institución antigua y de gran importancia en el pasado, es real en el sentido de que hay sujetos que pertencen a ella; sin embargo, es una institución de una realidad desleída, porque cada vez es más inoperante.

Otro aspecto de interés a la hora de hablar de las instituciones que articulan nuestra realidad social es el de su legitimidad. El macho alfa de Dian Fossey lo es porque es el más fuerte. Su legitimidad radica en que no hay otro macho que desafíe su posición. Al principio, los humanos no éramos muy diferentes, porque casi todas las instituciones sociales y, en particular, las políticas, se instituían por la fuerza. Pero luego llegó la Ilustración y, con ella, la razón primero y la democracia después. Y la razón y la democracia establecieron el canon de lo que es una institución legítima. Éstas lo son en tanto en cuanto se rijan por las leyes y los procedimientos que la propia democracia establece.

Así pues, podemos analizar las instituciones sociales y, en particular, de nuevo, las políticas, en función de su capacidad de resultar operativas y de su legitimidad. En Cataluña, estos días, a lo que, desde esta óptica, estamos asistiendo, es a la contraposición de dos realidades institucionales: el Estado Español y su entramado legal tal y como emana de la Cosnstitución de 1978 y la República Catalana proclamada en el Parlament la semana pasada.

La capacidad operante de una y otra realidades ha quedado constatada por la casi simultánea proclamación de la DUI y la aplicación del artículo 155 de la Constitución. La República se ha mostrado totalmente inoperante, mientras que la plaicación del 155 ha sido palmariamente operativa. ¿Por qué? Porque nadie, ni siquiera los independentistas, creen que la República "opere" en ningún sentido que "operar" pueda tener. Desde esta perspectiva, la realidad de la República Catalana como institución social se ha desvahído en apenas horas.

Aún así, se podría argumentar que, inoperante y todo, cuenta con una cierta base de fundamentación legitimatoria. Sin embargo, al saltarse las leyes y los procesos que la democracia establece, la república nace huérfana de cualqueir atisbo de legitimidad.

Da la sensación de que, a estas alturas, lo líderes del procés han renunciado a su aspiración de hacer de la República Catalana una realidad política. Su decisión de concurrir a las elecciones del 21 de diciembre así lo indica. Sin embargo, continúa su intento de dotar de cierta legitimidad a la República, buscando la simpatía de la comunidad internacional. En este frente, algún reconocimiento minoritario y aislado han conseguido (con la inestimable contribución de las cargas policiales del 1 de octubre). Pero ha sido este reconocimiento de carácter principalmente emocional; podríamos llamarlo un reconocimiento por simpatía. Sin embargo, casi todas las instancias internacionales que han procedido a analizar la República Catalana desde una óptica racional, ilustrada, le han negado el reconocimiento de cualquier atisbo de legitimidad.

Si estoy en lo cierto, no cabe sino afirmar que la estrategia de los líderes del independentismo ha resultado un fracaso, al no conseguir dotar de realidad ni de legitimidad a su proyecto de República. Quizás un mejor conocimiento de la historia en general y de la filosofía de John Searle habría sido un mejor bagaje intelectual para abordar la consecución de sus objetivos.

2017/10/29

Cataluña: verdad y relato


Ilustración es la salida del ser humano de su minoría de edad, de la cual él mismo es culpable. Minoría de edad es la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin dirección de otro. Él mismo es culpable de esta minoría de edad porque la causa de la misma no radica en un defecto del entendimiento sino en la falta de decisión y del coraje de servirse del propio sin dirección de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el coraje de servirte de tu propio entendimiento! es, en consecuencia, la divisa de la Ilustración.


Immanuel Kant; primer párrafo de "Qué es la Ilustración"

La Ilustración trajo consigo el encumbramiento de la razón como acceso a la realidad. La realidad, para la Ilustración, se descubre por medio de la razón. Y la verdad no es sino una representación ajustada de la realidad, que se construye por medio de la razón.

Para Kant, el uso de la razón es el pasaporte del ser humano a la mayoría de edad. El uso del propio entendimiento, basado en la razón, convierte al humano en una persona mayor de edad. Para el ilustrado, por lo tanto, la razón y su uso son el primer escalón y la condición de posibilidad de su "ser en el mundo" como persona. Y ello vale tanto cuando se trata de ampliar el conocimiento, en la ciencia como en la organización social y política.

En el terreno social y político esta idea de la Ilustración se traduce en la asignación de un cierto carácter de "sagrada" a la verdad. El primer paso para determinar cómo debemos organizarnos es una aproximación "verdadera" a la realidad. No en vano se etiquetó como "socialismo científico" a la doctrina de Marx, que se construyó sobre un análisis riguroso de la sociedad capitalista del siglo XIX, de la dinámica de generación y captura de valor económico por las distintas clases sociales y de las implicaciones de éstas para sus estructuras sociales y la capacidad de sus integrantes de desarrollarse como personas.

La promesa implícita de la Ilustración es el progreso. La humanidad, en la medida en que se apoye en la razón, en la medida en la que respete el principio de realidad y lo que quiera que piense o que haga se base en la verdad, progresará.


La historia del siglo XIX y del XX es conocida. Por una parte, incluso la Ilustración produjo sus monstruos. Por la otra, el romanticismo refluyó y su referencia idealista sustituyó la preminencia de la verdad por la de otra categoría: el relato.

La posmodernidad trajo, en el último tercio del siglo XX, una nueva forma de ver las cosas, que se fundamenta, entre otras cosas, en la negación de la posibilidad de un acceso verdadero a la realidad, cuestionando la operatividad el propio concepto de verdad y en la crítica radical del concepto de progreso.

En la era del relato, lo relevante no es el carácter verdadero del mismo. Lo relevante es su capacidad de hacer creer en él al que lo escucha. Y, una vez que en vez de ciudadanos racionales se consigue tener creyentes, el propio relato se ocupa de hacer a éstos inmunes a la razón e inmunes a la realidad. Cualquier elemento de la realidad que contravenga las tesis o mandatos del relato será convenientemente reelaborado y disfrazado o, en muchas ocasiones, ignorado.

De este modo, la posmodernidad hace que su propia profecía se cumpla: volvemos a los tiempos a los tiempos teocráticos; las nuevas biblias son los relatos.

El delirio de los nacionalistas no es sino un ejemplo de los tiempos que corren. La independencia de Cataluña es una aspiración legítima. Yo, en particular, creo que es una aspiración errónea,en el sentido de que no traería ni más properidad ni más bienestar. Pero en un mundo democrático, el porrama independentista es tan legítimo como cualquier otro. El problema de la puesta en práctica de este programa en Cataluña es doble: por una parte, su insuficiente legitimación (de esto hablaré en otro post); el segundo, es que apoya en un relato totalmente alejado de la realidad.

El relato habla de un pueblo catalán que quiere ser independiente, cuando la mitad o más de los ciudadanos de Cataluña no quieren serlo (por cierto, cuidado con el uso de la expresión "pueblo"; ya sabemos adonde condujo en la historia reciente). El relato habla de una acogida internacional entusiasta de la nueva república catalana, cuando sólo Venezuela podría reconcocerla. El relato habla de prosperidad, cuando las empresas huyen en manada de Cataluña.

El relato se ha convertido en un delirio. Mi amigo Miguel Albero me recordaba que Ortega, refiriéndose a los argentinos, excalamaba: "argentinos, a las cosas". Bien harían los independentidstas en seguir la recomendación de Ortega, revisar su relato, volver a la realidad y, desde ella, perseguir la realización de su programa.

2017/04/19

El Tramabús

Hay totalitarismos que de inmediato muestran su auténtica faz, que se muestran en todo su potencial de maldad. No tardaron nada Videla, Pinochet o Franco en demostran todo de lo que eran capaces. Pero hay otros cuya auténtica cara se va desvelando con el tiempo. El mundo tardó en comprobar de lo que Mao, Lenin y su secuela Stalin o el propio Hitler fueron capaces. Es decir, Stain tardó unos siete u ocho años en lanzar purgas masivas o en condenar a morir de hambre a millones de personas en Ucrania. Y Hitler no puso en marcha la solución final hasta ocho o diez años después de llegar al poder.

Sin embargo, por el camino el mal ya había avisado. Ya había dado señales de lo que podría llegar a ocurrir. Estas señales se fueron desarrollando conforme a una secuencia que, en los distintos casos tuvo sus especificidades, pero en la que es posible encontrar elementos comunes.

El primer elemento común es la construcción de un relato. Este relato, como dije más arriba, fue uno en cada caso, pero presenta similitudes en todos. Se trata de un relato que pretende explicar los males que aquejan a las sociedades. Y se trata de un relato en el que es imprescindible encontrar un culpable. Un culpable que sea potencialmente capaz de "tener la culpa de todo" y, que, por lo tanto, debe ser un grupo o muy amplio o difusamente definido. Puede tratarse de los judíos, de los rusos blancos, de los contra revolucionarios, de los americanos, de los inmigrantes o de los que habían estudiado y se habían aburguesado.

El segundo paso es hacer que el relato sea verosímil. No que sea veraz, sino que sea verosímil, creíble. Debe ser un relato que apele bien a las emociones de aquellos a los que se dirige, trufado de medias verdades y de mentiras y simplificaciones. Un relato que puede ser creído de primeras, y que conecta bien con la frustración o desesperación de las gentes. En esos relatos hay partes de la histotria que no son completamente falsas, o incluso que son verdaderas. Y esas partes sirven para darle la pátina de credibilidad a las medias verdades y a las mentiras que van en el paquete. El relato no tiene que ser veraz. Tiene que poder "dar sentido", dar sentido a lo que los autrores del relato van a hacer; dar sentido a lo que van a pedirle a la gente que haga.

El tercer elemento es el desplazamiento de la frontera de lo admisible en democracia y en una convivencia civilizada. Se empieza por hacer burla; se sigue por faltar al respeto, se continua por insultar; luego un escrache; después la justificación de la violencia que se ejerce sobre "el grupo culpable"; un paso más es la instigación de esa violencia. Y luego la violencia se industrializa: Dachau o Siberia.

Para conseguir este desplazamiento de la frontera de lo admisible el relato es fundamental. Porque en el relato se construye una lógica de despersonalización del "grupo culpable". Los miembros del grupo culpable no son ciudadanos; ni siquiera son personas. Son solo culpables. Y como son solo culpables no son sujetos de derecho: del derecho a la presunción de inocencia; del derecho a la defensa frente a un tribunal justo; del derecho a la libertad, a nos ser torturados o del derecho a vivir.

El proceso de desplazamiento de la frontera de lo admisible se va produciendo de forma paulatina, medante la propaganda y la señalización. Pintadas, caras en el centro de dianas, caricaturas con sentencias de culpabilidad, escraches, amenazas públicas...

Y así, poco a poco, va ocurriendo lo impensable. ¿Por qué no salieron corriendo todos los judíos de Alemania en 1933, 1934, 1935,...? Porque nunca pensaron que las cosas podrían llegar al extremo que alcanzaron en 1940, 1941, 1942, ... ¡Era impensable!

Muchos vascos fueron víctimas de este proceso en los años de plomo en Euskadi. Los constitucionalistas eran el grupo culpable. El relato de la opresión del pueblo vasco se construyó y difundió con gran éxito. Y se produjo el acoso y la persecución social y física, hasta el asesinato, de "los culpables". En Patria, de Fernando Aramburu, se narra esta historia de forma magistral.

Pues bien. El así llamado Tramabús tiene todos los elementos del principio del proceso. Un relato: "la trama"; los culpables: "los representados en el bus, con independencia de lo que la justicia diga"; el desplazamiento de los admisible: la propia señalización de las personas en el autobús y los escraches que han organizado en el pasado.

La forma de proceder de Podemos revela una y otra vez la naturaleza absolutamente totalitaria de sus dirigentes e inspiradores. Sólo el hecho de que han surgido en España, con la inercia de nuestras instituciones, jóvenes a imperfectas, pero razonablemente sólidas, y de que parecen haber alcanzado un techo electoral del 20% los fuerza a disimular. Pero, ¿se acuerda el lector de la propuesta de gobierno que le hicieron a Sánchez, ocupando las carteras de interior, de justicia, etc? ¿Se acuerda el lector cuando en la primera propuesta que hicieron pública (y luego corrigieron) querían controlar a las jueces? ¿De que querían ocuparse del CNI?

Ojalá que se imponga la razón y se desenmascare a ese grupo de totalitarios, y que sus votantes se den cuenta de lo que nos iba a esperar en el caso de que algún día llegasen al poder.