2017/10/29

Cataluña: verdad y relato


Ilustración es la salida del ser humano de su minoría de edad, de la cual él mismo es culpable. Minoría de edad es la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin dirección de otro. Él mismo es culpable de esta minoría de edad porque la causa de la misma no radica en un defecto del entendimiento sino en la falta de decisión y del coraje de servirse del propio sin dirección de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el coraje de servirte de tu propio entendimiento! es, en consecuencia, la divisa de la Ilustración.


Immanuel Kant; primer párrafo de "Qué es la Ilustración"

La Ilustración trajo consigo el encumbramiento de la razón como acceso a la realidad. La realidad, para la Ilustración, se descubre por medio de la razón. Y la verdad no es sino una representación ajustada de la realidad, que se construye por medio de la razón.

Para Kant, el uso de la razón es el pasaporte del ser humano a la mayoría de edad. El uso del propio entendimiento, basado en la razón, convierte al humano en una persona mayor de edad. Para el ilustrado, por lo tanto, la razón y su uso son el primer escalón y la condición de posibilidad de su "ser en el mundo" como persona. Y ello vale tanto cuando se trata de ampliar el conocimiento, en la ciencia como en la organización social y política.

En el terreno social y político esta idea de la Ilustración se traduce en la asignación de un cierto carácter de "sagrada" a la verdad. El primer paso para determinar cómo debemos organizarnos es una aproximación "verdadera" a la realidad. No en vano se etiquetó como "socialismo científico" a la doctrina de Marx, que se construyó sobre un análisis riguroso de la sociedad capitalista del siglo XIX, de la dinámica de generación y captura de valor económico por las distintas clases sociales y de las implicaciones de éstas para sus estructuras sociales y la capacidad de sus integrantes de desarrollarse como personas.

La promesa implícita de la Ilustración es el progreso. La humanidad, en la medida en que se apoye en la razón, en la medida en la que respete el principio de realidad y lo que quiera que piense o que haga se base en la verdad, progresará.


La historia del siglo XIX y del XX es conocida. Por una parte, incluso la Ilustración produjo sus monstruos. Por la otra, el romanticismo refluyó y su referencia idealista sustituyó la preminencia de la verdad por la de otra categoría: el relato.

La posmodernidad trajo, en el último tercio del siglo XX, una nueva forma de ver las cosas, que se fundamenta, entre otras cosas, en la negación de la posibilidad de un acceso verdadero a la realidad, cuestionando la operatividad el propio concepto de verdad y en la crítica radical del concepto de progreso.

En la era del relato, lo relevante no es el carácter verdadero del mismo. Lo relevante es su capacidad de hacer creer en él al que lo escucha. Y, una vez que en vez de ciudadanos racionales se consigue tener creyentes, el propio relato se ocupa de hacer a éstos inmunes a la razón e inmunes a la realidad. Cualquier elemento de la realidad que contravenga las tesis o mandatos del relato será convenientemente reelaborado y disfrazado o, en muchas ocasiones, ignorado.

De este modo, la posmodernidad hace que su propia profecía se cumpla: volvemos a los tiempos a los tiempos teocráticos; las nuevas biblias son los relatos.

El delirio de los nacionalistas no es sino un ejemplo de los tiempos que corren. La independencia de Cataluña es una aspiración legítima. Yo, en particular, creo que es una aspiración errónea,en el sentido de que no traería ni más properidad ni más bienestar. Pero en un mundo democrático, el porrama independentista es tan legítimo como cualquier otro. El problema de la puesta en práctica de este programa en Cataluña es doble: por una parte, su insuficiente legitimación (de esto hablaré en otro post); el segundo, es que apoya en un relato totalmente alejado de la realidad.

El relato habla de un pueblo catalán que quiere ser independiente, cuando la mitad o más de los ciudadanos de Cataluña no quieren serlo (por cierto, cuidado con el uso de la expresión "pueblo"; ya sabemos adonde condujo en la historia reciente). El relato habla de una acogida internacional entusiasta de la nueva república catalana, cuando sólo Venezuela podría reconcocerla. El relato habla de prosperidad, cuando las empresas huyen en manada de Cataluña.

El relato se ha convertido en un delirio. Mi amigo Miguel Albero me recordaba que Ortega, refiriéndose a los argentinos, excalamaba: "argentinos, a las cosas". Bien harían los independentidstas en seguir la recomendación de Ortega, revisar su relato, volver a la realidad y, desde ella, perseguir la realización de su programa.

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