2019/05/13

¿Libre albedrío? ¿De quién?

"Pero enseguida advertí que mientras de este modo quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, quien lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad: yo pienso, por lo tanto soy, era tan firme y cierta, que no podrían quebrantarla ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos, jusgue que podía admitirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que estaba buscando." (Descartes, Discurso del Método)

Es el del libre albedrío uno de los temas filosóficos más debatidos en la actualidad. ¿Somos los humanos seres libres, en el sentido de que decidimos lo que hacemos, de forma más o menos condicionada por nuestro contexto, nuestras circunstancias, nuestra historia, pero, en última instancia, soberanamente, de forma que, con independencia de los condicionante citados, el resultado de nuestra decisión no está determinado, no está, por así decir, escrito de antemano?

Así lo piensan múltiples filósofos y pensadores, muchos de ellos, aunque no sólo, de tradición cristiana o religiosa. Y así parece indicarlo nuestra experiencia personal, en virtud de la cual decidimos A ó B y hacemos A ó B, pero bien podríamos haber decidido lo contrario porque, en última instancia, hemos decidido y hecho lo que hemos querido.

Esta concepción se apoyó históricamente en una concepción dual del ser humano: por una parte está el cuerpo, que obedece a las leyes de la Naturaleza; por la otra está el alma, que escapa a ellas. El alma está dotada de distintas propiedades, entre las que, siguiendo a Descartes, se encontraría la capacidad de razonar o la de decidir y actuar (influyendo al cuerpo) en libertad.

Algunos filósofos se dieron cuenta de que esta concepción de las cosas era, como mínimo, problemática. Lucrecio, en De Rerum Natura propuso su teoría del clinamen, en virtud de la cual los átomos se desvían ligeramente de sus trayectorias, abriendo la puerta a cierta aleatoriedad en el resultado de las mismas tras chocar unos con otros, y permitiendo que su atomismo materialista conviviese con la libertad. Spinoza hace descansar la libertad, tal y como él la entiende como conocimiento racional de todas las causas, en el conatus, el impulso del hombre a mantener su identidad. Y Shopenhauer decía que somos libres de hacer lo que preferimos, pero no de decidir qué sea lo que preferimos.

La ciencia nos revela que no somos sino materia y lógica y, asimismo, nos muestra que la realidad objetivable responde a las leyes de la física. Y esas leyes son deterministas. Incluso en el ámbito de la física cuántica, en el que las leyes de la Naturaleza a pequeña escala son asimismo probabilísticas, la función de onda evoluciona en el tiempo obedeciendo a una ecuación determinista.

En los años setenta y primeros ochenta del siglo pasado Benjamin Libet llevó a cabo una serie de experimentos en los que mostró que la conciencia de la toma de decisión de llevar a cabo un acto es posterior al proceso neuronal asociado a dicho acto. Es decir, la acción se produce como consecuencia de una serie de procesos cerebrales inconscientes, y la sensación (¿ilusión?) de consciencia se genera a posteriori. Aunque los experimentos se han debatido hasta la saciedad, y el propio Libet no consideraba que sus resultados demostrasen la no existencia del libre albedrío (el creía que el libre albedrío continuaba existiendo en forma de poder de veto sobre cierytas acciones), cada vez la evidencia es más sólida acerca de acciones cuya ejecución es anterior a la toma de conciencia por parte del sujeto de las mismas:
https://en.wikipedia.org/wiki/Neuroscience_of_free_will

El problema es de un calado difícil de sobrestimar ya que, si no somos libres, ¿cómo podemos ser responsables de nuestros actos? Es difícil sostener nuestra esctructura social sin pensar que, de una u otra forma, somos responsables de nuestras acciones porque hemos sido libres de ejectutarlas o no hacerlo.

Así las cosas, y después de esta larga inotrducción, me pregunto ¿existe el libre albedrío? ¿somos los humanos libres de tomar decisiones y actuar? O, en primera persona, ¿soy yo libre de actuar? ¿dispongo yo de libre albedrío?

La idea que quiero presentar en esta inserción es que, quizás, la mayor dificultad para abordar la cuestion de "¿dispongo yo de libre albedrío?" radique más bien en "yo" que en "libre albedrío".

¿Quién es yo? Ese yo que, según Descartes, se encuentra a sí mismo dudando de todo y, de ese modo, se convierte en el sujeto del acto de dudar, de forma que, como no es posible el acto de duda sin un sujeto que dude, le lleva a concluir que la duda misma, el pensamiento, es prueba de la existencia y realidad ontológica de sí.

¿Qué es ese "yo"? Pensamos en ese yo como aquello que dota de continuidad a mi persona. Pasan los años, cambia nuestro cuerpo, cambian nuestras opiniones y nuestros gustos, cambian nuestras prioridades y muchas veces cambian incluso rasgos de nuestra forma de ser. Sin embargo, nuestra experiencia de nosotros mismos es que seguimos siendo "yo". Cuando a los quince años decíamos "yo" nos referíamos a la misma "cosa" que cuando lo decimos cuarenta y cuatro años después. "Yo" es lo que permanece, es el reducto último de nuestra identidad personal. "Yo" es el referente de una referencia invariante, por más que algunos de los "accidentes" de esa "sustancia" cambien. Puedo haberme quedado calvo, pero que diantre, sigo siendo yo.

Es ese "yo" que permanece el que se constituye en el sujeto último de mi vida, de mi mundo. Cuando escribo es mi mano con la pluma en el papel o mis dedos en el teclado del ordenador los que lo hacen, pero lo hacen porque "yo" he pensado lo que había que escribir y he puesto en marcha a mi mano o mis dedos (¿por qué, entonces, me cuesta tanto pensar sin escribir o garabatear?). Si me faltase la mano derecha, bien podría escribir las mismas ideas con la izquierda y la ayuda del ordenador. Seguiría siendo "yo".

Y lo seguiría siendo porque tenemos una fuerte conciencia de ese "yo". Somos conscientes de nosotros mismos, nos identificamos como "yo" desde dentro. Transcurre la película de la vida en nosotros, pero no sólo la vemos, sino que vemos que  la vemos. Los humanos tenemos concienca de nosotros mismos (como algunos otros aninales, por cierto) y "atamos" esa conciencia por sus dos extremos: en "yo soy consciente de mi" tanto "yo" como "mi" son invariantes en un sentido muy amplio; son invariantes en el tiempo, en el espacio, respectos de los cambios de accidentes, del contexto y de las circunstancias.

Ese "yo", sujeto último, es al que le asignamos la potestad de decidir y actuar en libertad. "Después de mucho pensarlo ("yo"), he ("yo") decidido que lo mejor es...". "A pesar de lo que me pedía el corazón ("ello") he decidido ("yo") hacer ...". "Al llegar al kilómetro 35 el cuerpo ("ello") me pedía parar, pero decidí ("yo") seguir.". "Aunque el enfado me empujaba a decir que no, al final ("yo") decidí asentir". "Estaba muy triste y casi sin ánimo, pero ("yo") saqué fuerzas de flaqueza y decidí ("yo") ir a la reunión".

Hay un "yo" nuclear, que observa y valora el conjunto de nuestra experiencia del mundo y de uno mismo y que, sobre esa interpretación decide y ordena la actuación. Es el "yo" que es consciente de mi mismo y de mi experiencia del mundo. Pero ese yo no es la totalidad de mi ser; ese "yo" no es mi mano, puesto que sin mi mano seguiría siendo "yo"; no es mi corazón, puesto que incluso con un transplante seguiría siendo "yo". Tampoco son mis emociones, puesto que "yo" decido muchas veces "a pesar" de mis emociones. El "yo" es pues un reducto último de eso que soy, si no segregado sí "significado" en mi ser, el guardian de la conciencia de mi y de mi libertad.

El problema con esta visión de las cosas es que, desde el punto de vista neuronal, no se sostiene. La conciencia no reside en un área concreta del cerebro. El cerebro es una estructura extremadamente compleja, y ni por lo que refiere a su anatomía ni a sus redes de conexiones, cabe identificar las zonas o redes de la conciencia o del "yo". El yo es más bien una experiencia que emerge de la interacción de partes distintas del cerebro, de redes neuronales que se extienden entre regiones variadas y lejanas, y todo ello dentro de un baño de hormonas cambiante e inestable. Se compone de memoria, flujo de la conciencia, autopercepciones, emociones, el diálogo interno, ... todos pequeños "yoes" que colaboran y compiten en la configuración de ese "yo".

Y si el "yo" es tal y como lo decribo, quizás el desafío del libre albedrío haya que abordarlo desde la perspectiva de esa colaboración y competencia, y quizás la decisión y la acción sean asimismo resultado, muchas veces inconsciente, de esa colaboración y de esa competencia.

De este modo, quizás nuestro actuar y nuestro decidir sean, a la vez, causados e impredecibles. Causados porque no respondan sino a las leyes deterministas de la Naturaleza; impredicibles porque no sea posible, ex ante, saber en qué va a resultar el juego conjuntos de decenas de miles de redes neuronales en interacción, bañadas en caldos cambiantes de hormonas y sometidas a estímulos externos muchas veces sorpresivos.

¿Qué dirían Lucrecio, Spinoza, Schopenhauer y Libet de esta idea? No lo sé, quedaría la respuesta a esta pregunta al albur de sus respectivos libres albedríos.


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