Los críticos de tradición marxista del capitalismo (hay otras tradiciones que lo han criticado; por ejemplo la cristiana) acuñaron un término que sido capaz de echar raíces en el lenguaje común o, al menos, en el lenguaje común de los grupos más cultos de la sociedad. Se trata de "la cosificación" (o, como dicen los más cultos de entre los cultos, "la reificación"). La cosificación es el mecanismo mental y social en virtud del cual las personas reciben consideración y trato de objetos, de "cosas". En el capitalismo la cosificación conduce a la alienación del trabajador; el trabajador es considerado como "un factor de producción" del que se desatienden todas las necesidades espirituales y emocionales (además, claro está, y siempre según esta crítica al capitalismo, las materiales), y al que solo se considera en cuanto tal, como un objeto al servicio de la producción.
En su análisis crítico de la Ilustración, Horkheimer y Adorno (los filósofos principales de la primera escuela de Frankfurt) extendieron esta crítica a lo que el primero de ellos denominó "razón instrumental", aquella que se olvida de los fines y se centra exclusivamente en los medios para alcanzarlos. Es esta razón instrumental la que, al servicio del impulso de dominio, convierte al "otro" en un objeto, una cosa más que tomar en consideración a la hora de determinar cuáles son los mejores medios para alcanzar fines que no necesariamente se determinan mediante el uso de la citada razón.
Viene esta introducción a colación de la expresión "No te lo tomes por lo personal", que con tanta frecuencia se utiliza en el mundo profesional como colofón a la explicación de una decisión que no es favorable al empleado. Desde mi punto de vista, no hay mejor ejemplo del grado hasta el cual la famosa cosificación se ha generalizado y ha pasado a formar parte del "aire que respiramos" en nuestra vida profesional que el frecuente empleo de la expresión de marras.
Y me pregunto; si somos todos personas, personas en interacción, ¿cómo es posible desposeer a cualquiera de nosotros de su condición de persona en el ámbito del trabajo? ¿Se trata acaso de que nos convirtamos en autómatas de cuando en cuando?
"No", se me puede replicar; "lo que la expresión quiere decir es que la decisión que se ha tomado o la evaluación que se ha llevado a cabo se refieren a los aspectos no personales del profesional". Bien. Entonces, me pregunto, ¿cuáles son esos aspectos? ¿se pueden dejar al margen las emociones, sentimientos, aspiraciones de las personas? Y, si lo hacemos, ¿qué queda de ellas?
Me parecería mucho más honesto asumir que sí, que todo es personal porque las personas son siempre personas; que las decisiones profesionales de los gestores afectan a las personas en su integridad; que les pueden hacer daño, frustrarlas o deprimirlas. Que, en definitiva, las personas no son cosas.
Es posible que el dolor sea inevitable cando en las empresas y, en general, en la sociedad se toman decisiones sobre las personas. Pero pienso que la actitud honesta es asumirlo y no tratar de hacer "como si no pasase nada", y erradicar ese "no te lo tomes por lo personal" que, además, parece tomar al que lo escucha por idiota.
Ideas
"El orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas" Baruch Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico.
2019/10/21
2019/05/28
26 M: ¿Por qué "pasaron" en Madrid? La izquierda de la identidad y la izquierda de la igualdad
... volvamos a la tierra...
Ya se celebraron las elecciones municipales y autonómicas del 26 de mayo. Y ya conocemos los resultados. Victoria global del PSOE que, no obstante, puede probar una o dos tazas de su propio caldo: habiendo resultado el partido más votado en todas o casi todas las comunidades autónomas, es posible que se quede sin gobernar en varias de ellas, merced a las alianzas post electorales de los tres partidos de la derecha. Me imagino que, si como todo apunta, algo así acaba ocurriendo en la Comunidad de Madrid, será ésta la plaza cuya pérdida mayor dolor le genere al partido socialista, dado el carácter simbólico que tiene Madrid y su relevancia política, social y económica.
No es sin embargo el PSOE el único partido que va a experimentar el sabor amargo de una victoria que torna en derrota. En el corazón de la Comunidad de Madrid, en su capital, Más Madrid de la (casi ex) alcaldesa Carmena, habiendo resultado la ganadora en votos y en concejales electos, va a perder el gobierno municipal. Y el PP, con resultados mucho peores que en las anteriores elecciones, se puede encontrar gobernando de nuevo. O, quizás, Cs se alce con el gobierno de la ciudad, cambio de cromos mediante.
Y cabe preguntarse, ¿cómo ha podido ocurrir esto? ¿Cómo es posible que aun con el desplome del PP y con el viento de cola de la victoria de la izquierda en las elecciones generales de hace un mes, y a pesar de la buena imagen del la alcaldesa, el resultado de las elecciones vaya a devolver al PP el gobierno del ayuntamiento?
Leo este análisis de los datos de las elecciones en El Mundo:
Y este otro en El Confidencial:
Justo, de 42 años, sostiene que votó a Carmena en 2015, pero que esta vez se quedó en casa. Ya no se siente representado por una alcaldesa que prometió espolear la periferia de la ciudad y al final se lo jugó todo al centro. “Los carteles de San Isidro, Madrid Central, las fiestas con los Javis y las magdalenas están muy bien, pero solo representan a un madrileño muy concreto, el moderno de Lavapiés y Malasaña. Se olvidó la alcaldesa de las clases obreras de los barrios, que no solo somos más que los modernos sino que estamos mucho más jodidos”, sentencia Justo camino de la estación de metro de Portazgo.
Yo creo que este análisis es muy relevante, y muy ilustrativo de uno de los problemas que arrastra la izquierda ya desde hace décadas. La izquierda, que nació como la hija progresista de las "Unidad. Indivisibilidad de la República. Libertad, Igualdad y Fraternidad" de la Revolución Francesa, que encontró su articulación teórica en la necesidad histórica de emancipación del proletariado de Marx, que pronosticó un mundo de iguales en abundancia, esa izquierda, ha abandonado la igualdad como bandera o, si no la ha abandonado, ahora la comparte con la de la protección de la identidad e identidades.
¿En qué se traduce este cambio? No sólo es que la izquierda ya no crea en el mito marxista de la dialéctica histórica impulsada por la emancipación del proletariado, un proletariado explotado por la clase burgesa y alienado por sus condiciones de trabajo y por su propia condición de factor de producción. Ese mito ya no se lo cree la izquierda y no se lo cree nadie. El problema radica en que, al tirar el agua por el sumidero, el bebé se ha ido con ella. Desmoronado el edificio teórico del marxismo, es como si la izquierda hubiese pensado que ya no hay que emancipar al "proletariado". En otros términos, es como si la izquierda hubiese pensado que ya no tiene que ocuparse, o que no sólo tiene que ocuparse, o que no tiene que ocuparse principalmente de los económicamente desfavorecidos, los que tienen menos recursos o ganan menos dinero. Desde hace ya décadas, éstos desfavorecidos comparten la atención de la izquierda con otros colectivos de marginados, que lo son por razones diferentes de su condición y posición económica. Por ponerles una etiqueta, se trata de aquellos colectivos que se ven discriminados al no poder expresar su identidad.
¿Qué identidad? Variada: identidad de género, identidad y orientación sexual, identidad nacional, identidad cultural, identidad religiosa (siempre que no sea la cristiana). Se trata, por una parte, de diferentes minorías discriminadas o potencialmente discriminadas, en la ley o en la vida, en virtud de su identidad y, por la otra, de la mayoría que conforman las mujeres, también históricamente discriminadas por serlo.
No se me entienda mal; estos colectivos estaban y, en muchos casos y lugares, están aún hoy discriminados en virtud de su identidad y bien está que alguien, en este caso la izquierda, haya tomado la bandera de su liberación, especialmente en los casos en los que esa identidad no choca de lleno con la idea de ciudadanía, si es que esto no ocurre en muchos de esos casos.
Sin embargo, este desdoblamiento de "las causas" de la izquierda plantea algunos problemas. El primero, y más obvio, es que los esfuerzos, el discurso y las propuestas de la izquierda ahora se reparten entre las distintas causas a las que sirve, y por lo tanto, pierden nitidez y concreción. Ahora hay que ocuparse no solo de los parques en Usera, de la limpieza de Villaverde o de los servicios sociales en Puente de Vallecas... hay que ocuparse también de la fiestas del orgullo gay y de engalanar el Palacio de Correos con la bandera multicolor, o de Madrid Central.
El segundo es relativo a la naturaleza de la discriminación de los distintos colectivos de los que hablamos. No pongo en cuestión que la vida de los homosexuales sea difícil, y estoy en contra de cualquier forma de discriminación que puedan sufrir en la ley o en la vida. Pero no puedo sino confesar que pienso que hoy es más dura la discriminación que sufre el niño del distrito de Villaverde, nacido en un hogar sin libros, con una sanidad que no es la del norte de Madrid, con una educación que no es la de los colegios de pago de los hijos de los pudientes, con una oferta cultural y de ocio en sus barrios que no es la de los de los distritos más ricos.
Y el tercero está relacionado con el aspecto apuntado más arriba: hay reivindaciones de la identidad, y propuestas de plasmación política y social de la identidad, que atentan contra el concepto de ciudadanía: ciudadanos todos iguales, con los mismos derechos y las mismas obligaciones. El ejemplo más claro es el de la identidad nacional: como soy, digamos, catalán, tengo el derecho a no respetar las reglas del juego constitucional e imponer al resto de los españoles que, juntos, firmamos el pacto constitucional, mis propias reglas del juego.
Todo esto no sería tan importante si no fuese porque otra de las profecías del marxismo, la profecía de la sociedad de la abundancia, ha resultado no ser cierta. No; no vivimos en una abundancia que permita a todos no pasar necesidad. Y esto no afecta solo a los habitantes de los países del Tercer Mundo. En los útlimos veinte o treinta años, y más aún desde la crisis de 2007/2008, la pobreza y la necesidad en los países desarrollados no ha hecho más que aumentar. La igualdad de oportunidades no es efectiva, ni está más cerca, sino que se ha alejado. Y ello no por causa de la discrimación en razón de género, orientación sexual, nacionalidad o religión; no. Es por razón de estatus económico. La suerte de los hijos de los menos favorecidos está, en nuestas sociedades, echada.
Y, ¿quién se preocupa y ocupa de estos desheredados? Pues, por lo que se deduce del análisis de las elecciones del 26 de mayo, nadie... y, por eso, a la hora de votar, o se quedan en casa o no votan a Manuela Carmena.
Tengo que reconocer que a mi Maniuela Carmena me gusta y que le voté en 2015 y en 2019. Pero leyendo los análisis electorales que he referido antes, me siento señalado como parte de ese grupo de "progres modernos" a los que ella, según los desheredados, se ha dirigido y para los que ha hecho política. Somos privilegiados, que nos podemos preocupar por el medio ambiente y la diversidad, porque, entre otras cosas, vivimos holgadamente y podemos hacer lo necesario para situar a nuestros hijos ventajosamente en la vida.
Quizás debería la izquierda repensar para quién trabaja, qué derechos defiende y cuáles son sus prioridades. ¿No sería pertinente retener la causa de la igualdad, del aseguramiento de la igualdad de oportunidades con independencia de la riqueza o de la renta, como la causa central del la izquierda? Puede que a mi no me beneficie esta reflexión que propongo para la izquierda, pero, ¿de qué nos sirve ganar el mundo si perdemos al alma?
Ya se celebraron las elecciones municipales y autonómicas del 26 de mayo. Y ya conocemos los resultados. Victoria global del PSOE que, no obstante, puede probar una o dos tazas de su propio caldo: habiendo resultado el partido más votado en todas o casi todas las comunidades autónomas, es posible que se quede sin gobernar en varias de ellas, merced a las alianzas post electorales de los tres partidos de la derecha. Me imagino que, si como todo apunta, algo así acaba ocurriendo en la Comunidad de Madrid, será ésta la plaza cuya pérdida mayor dolor le genere al partido socialista, dado el carácter simbólico que tiene Madrid y su relevancia política, social y económica.
No es sin embargo el PSOE el único partido que va a experimentar el sabor amargo de una victoria que torna en derrota. En el corazón de la Comunidad de Madrid, en su capital, Más Madrid de la (casi ex) alcaldesa Carmena, habiendo resultado la ganadora en votos y en concejales electos, va a perder el gobierno municipal. Y el PP, con resultados mucho peores que en las anteriores elecciones, se puede encontrar gobernando de nuevo. O, quizás, Cs se alce con el gobierno de la ciudad, cambio de cromos mediante.
Y cabe preguntarse, ¿cómo ha podido ocurrir esto? ¿Cómo es posible que aun con el desplome del PP y con el viento de cola de la victoria de la izquierda en las elecciones generales de hace un mes, y a pesar de la buena imagen del la alcaldesa, el resultado de las elecciones vaya a devolver al PP el gobierno del ayuntamiento?
Leo este análisis de los datos de las elecciones en El Mundo:
La desmovilización de los barrios humildes
Mientras la participación aumentó en los distritos históricamente más conservadores, como Chamartín, Salamanca o Fuencarral, en los más humildes, donde Carmena fraguó su éxito en 2015, se resintió bastante: Carabanchel, Ciudad Lineal, Latina, Moratalaz, Puente de Vallecas, San Blas, Tetuán, Usera, Vicálvaro, Villa de Vallecas y Villaverde, además del popular Chamberí. La abstención se hizo notar más en Carabanchel (pasó del 35,93 al 38,64%), Latina (del 31,42% al 33,33%), Puente de Vallecas (del 36,68 al 41%) y Villa de Vallecas (del 31,67 al 34,91%). El total la abstención pasó del 31,09 al 31,77%. En todos ellos los vecinos han denunciado falta de seguridad y que seguía habiendo problemas con la limpieza.Más Madrid pierde votos en 12 distritos
La plataforma de Carmena perdió votos en 12 de los 21 distritos en comparación con 2015: Carabanchel, Chamartín, Ciudad Lineal, Fuencarral, Hortaleza, Latina, Moratalaz, Puente de Vallecas, San Blas, Usera, Vicálvaro y Villaverde. Los distritos donde más apoyos se dejó por el camino fueron Puente de Vallecas (5.400) y Latina (4.250). El primero de ellos, liderado por el concejal Paco Pérez, ha sido durante esta legislatura foco de problemas de convivencia con los okupas y los narcopisos. El segundo es el distrito dirigido por Sánchez Mato, que robó en su feudo, donde se crió y comenzó su activismo político, buena parte de los sufragios a Carmena.Y este otro en El Confidencial:
Justo, de 42 años, sostiene que votó a Carmena en 2015, pero que esta vez se quedó en casa. Ya no se siente representado por una alcaldesa que prometió espolear la periferia de la ciudad y al final se lo jugó todo al centro. “Los carteles de San Isidro, Madrid Central, las fiestas con los Javis y las magdalenas están muy bien, pero solo representan a un madrileño muy concreto, el moderno de Lavapiés y Malasaña. Se olvidó la alcaldesa de las clases obreras de los barrios, que no solo somos más que los modernos sino que estamos mucho más jodidos”, sentencia Justo camino de la estación de metro de Portazgo.
Yo creo que este análisis es muy relevante, y muy ilustrativo de uno de los problemas que arrastra la izquierda ya desde hace décadas. La izquierda, que nació como la hija progresista de las "Unidad. Indivisibilidad de la República. Libertad, Igualdad y Fraternidad" de la Revolución Francesa, que encontró su articulación teórica en la necesidad histórica de emancipación del proletariado de Marx, que pronosticó un mundo de iguales en abundancia, esa izquierda, ha abandonado la igualdad como bandera o, si no la ha abandonado, ahora la comparte con la de la protección de la identidad e identidades.
¿En qué se traduce este cambio? No sólo es que la izquierda ya no crea en el mito marxista de la dialéctica histórica impulsada por la emancipación del proletariado, un proletariado explotado por la clase burgesa y alienado por sus condiciones de trabajo y por su propia condición de factor de producción. Ese mito ya no se lo cree la izquierda y no se lo cree nadie. El problema radica en que, al tirar el agua por el sumidero, el bebé se ha ido con ella. Desmoronado el edificio teórico del marxismo, es como si la izquierda hubiese pensado que ya no hay que emancipar al "proletariado". En otros términos, es como si la izquierda hubiese pensado que ya no tiene que ocuparse, o que no sólo tiene que ocuparse, o que no tiene que ocuparse principalmente de los económicamente desfavorecidos, los que tienen menos recursos o ganan menos dinero. Desde hace ya décadas, éstos desfavorecidos comparten la atención de la izquierda con otros colectivos de marginados, que lo son por razones diferentes de su condición y posición económica. Por ponerles una etiqueta, se trata de aquellos colectivos que se ven discriminados al no poder expresar su identidad.
¿Qué identidad? Variada: identidad de género, identidad y orientación sexual, identidad nacional, identidad cultural, identidad religiosa (siempre que no sea la cristiana). Se trata, por una parte, de diferentes minorías discriminadas o potencialmente discriminadas, en la ley o en la vida, en virtud de su identidad y, por la otra, de la mayoría que conforman las mujeres, también históricamente discriminadas por serlo.
No se me entienda mal; estos colectivos estaban y, en muchos casos y lugares, están aún hoy discriminados en virtud de su identidad y bien está que alguien, en este caso la izquierda, haya tomado la bandera de su liberación, especialmente en los casos en los que esa identidad no choca de lleno con la idea de ciudadanía, si es que esto no ocurre en muchos de esos casos.
Sin embargo, este desdoblamiento de "las causas" de la izquierda plantea algunos problemas. El primero, y más obvio, es que los esfuerzos, el discurso y las propuestas de la izquierda ahora se reparten entre las distintas causas a las que sirve, y por lo tanto, pierden nitidez y concreción. Ahora hay que ocuparse no solo de los parques en Usera, de la limpieza de Villaverde o de los servicios sociales en Puente de Vallecas... hay que ocuparse también de la fiestas del orgullo gay y de engalanar el Palacio de Correos con la bandera multicolor, o de Madrid Central.
El segundo es relativo a la naturaleza de la discriminación de los distintos colectivos de los que hablamos. No pongo en cuestión que la vida de los homosexuales sea difícil, y estoy en contra de cualquier forma de discriminación que puedan sufrir en la ley o en la vida. Pero no puedo sino confesar que pienso que hoy es más dura la discriminación que sufre el niño del distrito de Villaverde, nacido en un hogar sin libros, con una sanidad que no es la del norte de Madrid, con una educación que no es la de los colegios de pago de los hijos de los pudientes, con una oferta cultural y de ocio en sus barrios que no es la de los de los distritos más ricos.
Y el tercero está relacionado con el aspecto apuntado más arriba: hay reivindaciones de la identidad, y propuestas de plasmación política y social de la identidad, que atentan contra el concepto de ciudadanía: ciudadanos todos iguales, con los mismos derechos y las mismas obligaciones. El ejemplo más claro es el de la identidad nacional: como soy, digamos, catalán, tengo el derecho a no respetar las reglas del juego constitucional e imponer al resto de los españoles que, juntos, firmamos el pacto constitucional, mis propias reglas del juego.
Todo esto no sería tan importante si no fuese porque otra de las profecías del marxismo, la profecía de la sociedad de la abundancia, ha resultado no ser cierta. No; no vivimos en una abundancia que permita a todos no pasar necesidad. Y esto no afecta solo a los habitantes de los países del Tercer Mundo. En los útlimos veinte o treinta años, y más aún desde la crisis de 2007/2008, la pobreza y la necesidad en los países desarrollados no ha hecho más que aumentar. La igualdad de oportunidades no es efectiva, ni está más cerca, sino que se ha alejado. Y ello no por causa de la discrimación en razón de género, orientación sexual, nacionalidad o religión; no. Es por razón de estatus económico. La suerte de los hijos de los menos favorecidos está, en nuestas sociedades, echada.
Y, ¿quién se preocupa y ocupa de estos desheredados? Pues, por lo que se deduce del análisis de las elecciones del 26 de mayo, nadie... y, por eso, a la hora de votar, o se quedan en casa o no votan a Manuela Carmena.
Tengo que reconocer que a mi Maniuela Carmena me gusta y que le voté en 2015 y en 2019. Pero leyendo los análisis electorales que he referido antes, me siento señalado como parte de ese grupo de "progres modernos" a los que ella, según los desheredados, se ha dirigido y para los que ha hecho política. Somos privilegiados, que nos podemos preocupar por el medio ambiente y la diversidad, porque, entre otras cosas, vivimos holgadamente y podemos hacer lo necesario para situar a nuestros hijos ventajosamente en la vida.
Quizás debería la izquierda repensar para quién trabaja, qué derechos defiende y cuáles son sus prioridades. ¿No sería pertinente retener la causa de la igualdad, del aseguramiento de la igualdad de oportunidades con independencia de la riqueza o de la renta, como la causa central del la izquierda? Puede que a mi no me beneficie esta reflexión que propongo para la izquierda, pero, ¿de qué nos sirve ganar el mundo si perdemos al alma?
2019/05/13
¿Libre albedrío? ¿De quién?
"Pero enseguida advertí que mientras de este modo quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, quien lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad: yo pienso, por lo tanto soy, era tan firme y cierta, que no podrían quebrantarla ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos, jusgue que podía admitirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que estaba buscando." (Descartes, Discurso del Método)
Es el del libre albedrío uno de los temas filosóficos más debatidos en la actualidad. ¿Somos los humanos seres libres, en el sentido de que decidimos lo que hacemos, de forma más o menos condicionada por nuestro contexto, nuestras circunstancias, nuestra historia, pero, en última instancia, soberanamente, de forma que, con independencia de los condicionante citados, el resultado de nuestra decisión no está determinado, no está, por así decir, escrito de antemano?
Así lo piensan múltiples filósofos y pensadores, muchos de ellos, aunque no sólo, de tradición cristiana o religiosa. Y así parece indicarlo nuestra experiencia personal, en virtud de la cual decidimos A ó B y hacemos A ó B, pero bien podríamos haber decidido lo contrario porque, en última instancia, hemos decidido y hecho lo que hemos querido.
Esta concepción se apoyó históricamente en una concepción dual del ser humano: por una parte está el cuerpo, que obedece a las leyes de la Naturaleza; por la otra está el alma, que escapa a ellas. El alma está dotada de distintas propiedades, entre las que, siguiendo a Descartes, se encontraría la capacidad de razonar o la de decidir y actuar (influyendo al cuerpo) en libertad.
Algunos filósofos se dieron cuenta de que esta concepción de las cosas era, como mínimo, problemática. Lucrecio, en De Rerum Natura propuso su teoría del clinamen, en virtud de la cual los átomos se desvían ligeramente de sus trayectorias, abriendo la puerta a cierta aleatoriedad en el resultado de las mismas tras chocar unos con otros, y permitiendo que su atomismo materialista conviviese con la libertad. Spinoza hace descansar la libertad, tal y como él la entiende como conocimiento racional de todas las causas, en el conatus, el impulso del hombre a mantener su identidad. Y Shopenhauer decía que somos libres de hacer lo que preferimos, pero no de decidir qué sea lo que preferimos.
La ciencia nos revela que no somos sino materia y lógica y, asimismo, nos muestra que la realidad objetivable responde a las leyes de la física. Y esas leyes son deterministas. Incluso en el ámbito de la física cuántica, en el que las leyes de la Naturaleza a pequeña escala son asimismo probabilísticas, la función de onda evoluciona en el tiempo obedeciendo a una ecuación determinista.
En los años setenta y primeros ochenta del siglo pasado Benjamin Libet llevó a cabo una serie de experimentos en los que mostró que la conciencia de la toma de decisión de llevar a cabo un acto es posterior al proceso neuronal asociado a dicho acto. Es decir, la acción se produce como consecuencia de una serie de procesos cerebrales inconscientes, y la sensación (¿ilusión?) de consciencia se genera a posteriori. Aunque los experimentos se han debatido hasta la saciedad, y el propio Libet no consideraba que sus resultados demostrasen la no existencia del libre albedrío (el creía que el libre albedrío continuaba existiendo en forma de poder de veto sobre cierytas acciones), cada vez la evidencia es más sólida acerca de acciones cuya ejecución es anterior a la toma de conciencia por parte del sujeto de las mismas:
https://en.wikipedia.org/wiki/Neuroscience_of_free_will
El problema es de un calado difícil de sobrestimar ya que, si no somos libres, ¿cómo podemos ser responsables de nuestros actos? Es difícil sostener nuestra esctructura social sin pensar que, de una u otra forma, somos responsables de nuestras acciones porque hemos sido libres de ejectutarlas o no hacerlo.
Así las cosas, y después de esta larga inotrducción, me pregunto ¿existe el libre albedrío? ¿somos los humanos libres de tomar decisiones y actuar? O, en primera persona, ¿soy yo libre de actuar? ¿dispongo yo de libre albedrío?
La idea que quiero presentar en esta inserción es que, quizás, la mayor dificultad para abordar la cuestion de "¿dispongo yo de libre albedrío?" radique más bien en "yo" que en "libre albedrío".
¿Quién es yo? Ese yo que, según Descartes, se encuentra a sí mismo dudando de todo y, de ese modo, se convierte en el sujeto del acto de dudar, de forma que, como no es posible el acto de duda sin un sujeto que dude, le lleva a concluir que la duda misma, el pensamiento, es prueba de la existencia y realidad ontológica de sí.
¿Qué es ese "yo"? Pensamos en ese yo como aquello que dota de continuidad a mi persona. Pasan los años, cambia nuestro cuerpo, cambian nuestras opiniones y nuestros gustos, cambian nuestras prioridades y muchas veces cambian incluso rasgos de nuestra forma de ser. Sin embargo, nuestra experiencia de nosotros mismos es que seguimos siendo "yo". Cuando a los quince años decíamos "yo" nos referíamos a la misma "cosa" que cuando lo decimos cuarenta y cuatro años después. "Yo" es lo que permanece, es el reducto último de nuestra identidad personal. "Yo" es el referente de una referencia invariante, por más que algunos de los "accidentes" de esa "sustancia" cambien. Puedo haberme quedado calvo, pero que diantre, sigo siendo yo.
Es ese "yo" que permanece el que se constituye en el sujeto último de mi vida, de mi mundo. Cuando escribo es mi mano con la pluma en el papel o mis dedos en el teclado del ordenador los que lo hacen, pero lo hacen porque "yo" he pensado lo que había que escribir y he puesto en marcha a mi mano o mis dedos (¿por qué, entonces, me cuesta tanto pensar sin escribir o garabatear?). Si me faltase la mano derecha, bien podría escribir las mismas ideas con la izquierda y la ayuda del ordenador. Seguiría siendo "yo".
Y lo seguiría siendo porque tenemos una fuerte conciencia de ese "yo". Somos conscientes de nosotros mismos, nos identificamos como "yo" desde dentro. Transcurre la película de la vida en nosotros, pero no sólo la vemos, sino que vemos que la vemos. Los humanos tenemos concienca de nosotros mismos (como algunos otros aninales, por cierto) y "atamos" esa conciencia por sus dos extremos: en "yo soy consciente de mi" tanto "yo" como "mi" son invariantes en un sentido muy amplio; son invariantes en el tiempo, en el espacio, respectos de los cambios de accidentes, del contexto y de las circunstancias.
Ese "yo", sujeto último, es al que le asignamos la potestad de decidir y actuar en libertad. "Después de mucho pensarlo ("yo"), he ("yo") decidido que lo mejor es...". "A pesar de lo que me pedía el corazón ("ello") he decidido ("yo") hacer ...". "Al llegar al kilómetro 35 el cuerpo ("ello") me pedía parar, pero decidí ("yo") seguir.". "Aunque el enfado me empujaba a decir que no, al final ("yo") decidí asentir". "Estaba muy triste y casi sin ánimo, pero ("yo") saqué fuerzas de flaqueza y decidí ("yo") ir a la reunión".
Hay un "yo" nuclear, que observa y valora el conjunto de nuestra experiencia del mundo y de uno mismo y que, sobre esa interpretación decide y ordena la actuación. Es el "yo" que es consciente de mi mismo y de mi experiencia del mundo. Pero ese yo no es la totalidad de mi ser; ese "yo" no es mi mano, puesto que sin mi mano seguiría siendo "yo"; no es mi corazón, puesto que incluso con un transplante seguiría siendo "yo". Tampoco son mis emociones, puesto que "yo" decido muchas veces "a pesar" de mis emociones. El "yo" es pues un reducto último de eso que soy, si no segregado sí "significado" en mi ser, el guardian de la conciencia de mi y de mi libertad.
El problema con esta visión de las cosas es que, desde el punto de vista neuronal, no se sostiene. La conciencia no reside en un área concreta del cerebro. El cerebro es una estructura extremadamente compleja, y ni por lo que refiere a su anatomía ni a sus redes de conexiones, cabe identificar las zonas o redes de la conciencia o del "yo". El yo es más bien una experiencia que emerge de la interacción de partes distintas del cerebro, de redes neuronales que se extienden entre regiones variadas y lejanas, y todo ello dentro de un baño de hormonas cambiante e inestable. Se compone de memoria, flujo de la conciencia, autopercepciones, emociones, el diálogo interno, ... todos pequeños "yoes" que colaboran y compiten en la configuración de ese "yo".
Y si el "yo" es tal y como lo decribo, quizás el desafío del libre albedrío haya que abordarlo desde la perspectiva de esa colaboración y competencia, y quizás la decisión y la acción sean asimismo resultado, muchas veces inconsciente, de esa colaboración y de esa competencia.
De este modo, quizás nuestro actuar y nuestro decidir sean, a la vez, causados e impredecibles. Causados porque no respondan sino a las leyes deterministas de la Naturaleza; impredicibles porque no sea posible, ex ante, saber en qué va a resultar el juego conjuntos de decenas de miles de redes neuronales en interacción, bañadas en caldos cambiantes de hormonas y sometidas a estímulos externos muchas veces sorpresivos.
¿Qué dirían Lucrecio, Spinoza, Schopenhauer y Libet de esta idea? No lo sé, quedaría la respuesta a esta pregunta al albur de sus respectivos libres albedríos.
Es el del libre albedrío uno de los temas filosóficos más debatidos en la actualidad. ¿Somos los humanos seres libres, en el sentido de que decidimos lo que hacemos, de forma más o menos condicionada por nuestro contexto, nuestras circunstancias, nuestra historia, pero, en última instancia, soberanamente, de forma que, con independencia de los condicionante citados, el resultado de nuestra decisión no está determinado, no está, por así decir, escrito de antemano?
Así lo piensan múltiples filósofos y pensadores, muchos de ellos, aunque no sólo, de tradición cristiana o religiosa. Y así parece indicarlo nuestra experiencia personal, en virtud de la cual decidimos A ó B y hacemos A ó B, pero bien podríamos haber decidido lo contrario porque, en última instancia, hemos decidido y hecho lo que hemos querido.
Esta concepción se apoyó históricamente en una concepción dual del ser humano: por una parte está el cuerpo, que obedece a las leyes de la Naturaleza; por la otra está el alma, que escapa a ellas. El alma está dotada de distintas propiedades, entre las que, siguiendo a Descartes, se encontraría la capacidad de razonar o la de decidir y actuar (influyendo al cuerpo) en libertad.
Algunos filósofos se dieron cuenta de que esta concepción de las cosas era, como mínimo, problemática. Lucrecio, en De Rerum Natura propuso su teoría del clinamen, en virtud de la cual los átomos se desvían ligeramente de sus trayectorias, abriendo la puerta a cierta aleatoriedad en el resultado de las mismas tras chocar unos con otros, y permitiendo que su atomismo materialista conviviese con la libertad. Spinoza hace descansar la libertad, tal y como él la entiende como conocimiento racional de todas las causas, en el conatus, el impulso del hombre a mantener su identidad. Y Shopenhauer decía que somos libres de hacer lo que preferimos, pero no de decidir qué sea lo que preferimos.
La ciencia nos revela que no somos sino materia y lógica y, asimismo, nos muestra que la realidad objetivable responde a las leyes de la física. Y esas leyes son deterministas. Incluso en el ámbito de la física cuántica, en el que las leyes de la Naturaleza a pequeña escala son asimismo probabilísticas, la función de onda evoluciona en el tiempo obedeciendo a una ecuación determinista.
En los años setenta y primeros ochenta del siglo pasado Benjamin Libet llevó a cabo una serie de experimentos en los que mostró que la conciencia de la toma de decisión de llevar a cabo un acto es posterior al proceso neuronal asociado a dicho acto. Es decir, la acción se produce como consecuencia de una serie de procesos cerebrales inconscientes, y la sensación (¿ilusión?) de consciencia se genera a posteriori. Aunque los experimentos se han debatido hasta la saciedad, y el propio Libet no consideraba que sus resultados demostrasen la no existencia del libre albedrío (el creía que el libre albedrío continuaba existiendo en forma de poder de veto sobre cierytas acciones), cada vez la evidencia es más sólida acerca de acciones cuya ejecución es anterior a la toma de conciencia por parte del sujeto de las mismas:
https://en.wikipedia.org/wiki/Neuroscience_of_free_will
El problema es de un calado difícil de sobrestimar ya que, si no somos libres, ¿cómo podemos ser responsables de nuestros actos? Es difícil sostener nuestra esctructura social sin pensar que, de una u otra forma, somos responsables de nuestras acciones porque hemos sido libres de ejectutarlas o no hacerlo.
Así las cosas, y después de esta larga inotrducción, me pregunto ¿existe el libre albedrío? ¿somos los humanos libres de tomar decisiones y actuar? O, en primera persona, ¿soy yo libre de actuar? ¿dispongo yo de libre albedrío?
La idea que quiero presentar en esta inserción es que, quizás, la mayor dificultad para abordar la cuestion de "¿dispongo yo de libre albedrío?" radique más bien en "yo" que en "libre albedrío".
¿Quién es yo? Ese yo que, según Descartes, se encuentra a sí mismo dudando de todo y, de ese modo, se convierte en el sujeto del acto de dudar, de forma que, como no es posible el acto de duda sin un sujeto que dude, le lleva a concluir que la duda misma, el pensamiento, es prueba de la existencia y realidad ontológica de sí.
¿Qué es ese "yo"? Pensamos en ese yo como aquello que dota de continuidad a mi persona. Pasan los años, cambia nuestro cuerpo, cambian nuestras opiniones y nuestros gustos, cambian nuestras prioridades y muchas veces cambian incluso rasgos de nuestra forma de ser. Sin embargo, nuestra experiencia de nosotros mismos es que seguimos siendo "yo". Cuando a los quince años decíamos "yo" nos referíamos a la misma "cosa" que cuando lo decimos cuarenta y cuatro años después. "Yo" es lo que permanece, es el reducto último de nuestra identidad personal. "Yo" es el referente de una referencia invariante, por más que algunos de los "accidentes" de esa "sustancia" cambien. Puedo haberme quedado calvo, pero que diantre, sigo siendo yo.
Es ese "yo" que permanece el que se constituye en el sujeto último de mi vida, de mi mundo. Cuando escribo es mi mano con la pluma en el papel o mis dedos en el teclado del ordenador los que lo hacen, pero lo hacen porque "yo" he pensado lo que había que escribir y he puesto en marcha a mi mano o mis dedos (¿por qué, entonces, me cuesta tanto pensar sin escribir o garabatear?). Si me faltase la mano derecha, bien podría escribir las mismas ideas con la izquierda y la ayuda del ordenador. Seguiría siendo "yo".
Y lo seguiría siendo porque tenemos una fuerte conciencia de ese "yo". Somos conscientes de nosotros mismos, nos identificamos como "yo" desde dentro. Transcurre la película de la vida en nosotros, pero no sólo la vemos, sino que vemos que la vemos. Los humanos tenemos concienca de nosotros mismos (como algunos otros aninales, por cierto) y "atamos" esa conciencia por sus dos extremos: en "yo soy consciente de mi" tanto "yo" como "mi" son invariantes en un sentido muy amplio; son invariantes en el tiempo, en el espacio, respectos de los cambios de accidentes, del contexto y de las circunstancias.
Ese "yo", sujeto último, es al que le asignamos la potestad de decidir y actuar en libertad. "Después de mucho pensarlo ("yo"), he ("yo") decidido que lo mejor es...". "A pesar de lo que me pedía el corazón ("ello") he decidido ("yo") hacer ...". "Al llegar al kilómetro 35 el cuerpo ("ello") me pedía parar, pero decidí ("yo") seguir.". "Aunque el enfado me empujaba a decir que no, al final ("yo") decidí asentir". "Estaba muy triste y casi sin ánimo, pero ("yo") saqué fuerzas de flaqueza y decidí ("yo") ir a la reunión".
Hay un "yo" nuclear, que observa y valora el conjunto de nuestra experiencia del mundo y de uno mismo y que, sobre esa interpretación decide y ordena la actuación. Es el "yo" que es consciente de mi mismo y de mi experiencia del mundo. Pero ese yo no es la totalidad de mi ser; ese "yo" no es mi mano, puesto que sin mi mano seguiría siendo "yo"; no es mi corazón, puesto que incluso con un transplante seguiría siendo "yo". Tampoco son mis emociones, puesto que "yo" decido muchas veces "a pesar" de mis emociones. El "yo" es pues un reducto último de eso que soy, si no segregado sí "significado" en mi ser, el guardian de la conciencia de mi y de mi libertad.
El problema con esta visión de las cosas es que, desde el punto de vista neuronal, no se sostiene. La conciencia no reside en un área concreta del cerebro. El cerebro es una estructura extremadamente compleja, y ni por lo que refiere a su anatomía ni a sus redes de conexiones, cabe identificar las zonas o redes de la conciencia o del "yo". El yo es más bien una experiencia que emerge de la interacción de partes distintas del cerebro, de redes neuronales que se extienden entre regiones variadas y lejanas, y todo ello dentro de un baño de hormonas cambiante e inestable. Se compone de memoria, flujo de la conciencia, autopercepciones, emociones, el diálogo interno, ... todos pequeños "yoes" que colaboran y compiten en la configuración de ese "yo".
Y si el "yo" es tal y como lo decribo, quizás el desafío del libre albedrío haya que abordarlo desde la perspectiva de esa colaboración y competencia, y quizás la decisión y la acción sean asimismo resultado, muchas veces inconsciente, de esa colaboración y de esa competencia.
De este modo, quizás nuestro actuar y nuestro decidir sean, a la vez, causados e impredecibles. Causados porque no respondan sino a las leyes deterministas de la Naturaleza; impredicibles porque no sea posible, ex ante, saber en qué va a resultar el juego conjuntos de decenas de miles de redes neuronales en interacción, bañadas en caldos cambiantes de hormonas y sometidas a estímulos externos muchas veces sorpresivos.
¿Qué dirían Lucrecio, Spinoza, Schopenhauer y Libet de esta idea? No lo sé, quedaría la respuesta a esta pregunta al albur de sus respectivos libres albedríos.
2019/04/24
Nuestro derecho a decidir
"Buenas tardes, señoras y señores. Me dirijo a ustedes, tan distinguida audiencia, para reclamar argumentadamente nuestro derecho a decidir. Se trata de un derecho que toda comunidad con unas características determinadas, que adornan a la nuestra, tiene de forma natural y que habilita de manera efectiva otro derecho, el de autodeterminación, ampliamente reconocido por diferentes instancias internacionalmente respetadas.
Nosotros contamos con una larga historia como comunidad diferenciada. Si bien hemos estado abiertos a acoger a los que por unas vías u otras se nos han incorporado, lo cierto es que hemos mantenido en el tiempo un hilo de continuidad de ese "nosotros", ese "nosotros" que tan claramente nos identifica. Ese hilo ha resistido no sólo el paso del tiempo, sino los embates que desde otras realidades en expansión (y con una clara vocación de uniformización) hemos sufrido y que han tratado de diluir nuestros hechos diferenciales. Hemos mantenido nuestras esencias. Nuestros apellidos se han mezclado entre sí y no es difícil reconocernos simplemente leyéndolos en nuestras tarjetas de visita o en los buzones de correo de nuestras viviendas.
Desde tiempos inmemoriales hemos ido tramando un tejido de costumbres comunes que siempre han sido diferentes de las del resto. Tuvimos un fuero especial que nos hacía distintos y especiales. Tenemos tradiciones que se remontan muy atrás en el devenir de los siglos, tradiciones de las que nos enorgullecemos y que queremos mantener. Esas costumbres y tradiciones llegan incluso a configurar una cultura propia, reconocible, que se ve amenazada de desaparición por la invasión que sufre de la cultura general del resto del estado, un resto más numeroso.
Todo nuestro mundo está amenazado de desaparición en el marco institucional actual. Si no podemos ejercer nuestro derecho a decidir y nuestro derecho a autodeterminarnos no quedará nada de nuestras costumbres y tradiciones, que se diluirán en el marasmo vulgarizante del conjunto de la sociedad española.
Y, además, sufrimos desde hace tiempo una injusticia estructural en las balanzas fiscales. Podemos afirmar sin miedo a mentir que el resto del estado nos roba. Contribuimos con mucho más de lo que recibimos y, este hecho incuestionable, que se mantiene en el tiempo año tras año, década tras década desde el advenimiento del régimen del 78, acarrea una merma de recursos que nos impide alcanzar todo el potencial de desarrollo y felicidad al que nuestra historia pasada y nuestra capacidad de emprendimiento actual nos daría derecho.
Por todo ello, nosotros, el 1% más rico de la población del estado, reclamamos nuestro derecho a decidir nuestro futuro y exigimos la celebración de un referéndum de autodeterminación económica que nos exima del yugo fiscal al que el resto nos tiene sometidos. Un referéndum en el que, en virtud de nuestro inalienable derecho a decidir, solo votaremos nosotros, claro. Queremos la independencia fiscal y no volver a pagar impuestos a una sociedad que no es la nuestra. Les emplazamos a dialogar sin cortapisas y sin condiciones previas, salvo la de que el resultado del diálogo sea la aceptación de nuestra independencia fiscal del resto de los demás. Somos gente pacífica y les tendemos la mano. No nos mueve sino el deseo de ser dueños de nuestro propio destino y la confianza en un futuro que, en nuestras propias manos, será con toda seguridad mejor.
Buenas tardes"
Nosotros contamos con una larga historia como comunidad diferenciada. Si bien hemos estado abiertos a acoger a los que por unas vías u otras se nos han incorporado, lo cierto es que hemos mantenido en el tiempo un hilo de continuidad de ese "nosotros", ese "nosotros" que tan claramente nos identifica. Ese hilo ha resistido no sólo el paso del tiempo, sino los embates que desde otras realidades en expansión (y con una clara vocación de uniformización) hemos sufrido y que han tratado de diluir nuestros hechos diferenciales. Hemos mantenido nuestras esencias. Nuestros apellidos se han mezclado entre sí y no es difícil reconocernos simplemente leyéndolos en nuestras tarjetas de visita o en los buzones de correo de nuestras viviendas.
Desde tiempos inmemoriales hemos ido tramando un tejido de costumbres comunes que siempre han sido diferentes de las del resto. Tuvimos un fuero especial que nos hacía distintos y especiales. Tenemos tradiciones que se remontan muy atrás en el devenir de los siglos, tradiciones de las que nos enorgullecemos y que queremos mantener. Esas costumbres y tradiciones llegan incluso a configurar una cultura propia, reconocible, que se ve amenazada de desaparición por la invasión que sufre de la cultura general del resto del estado, un resto más numeroso.
Todo nuestro mundo está amenazado de desaparición en el marco institucional actual. Si no podemos ejercer nuestro derecho a decidir y nuestro derecho a autodeterminarnos no quedará nada de nuestras costumbres y tradiciones, que se diluirán en el marasmo vulgarizante del conjunto de la sociedad española.
Y, además, sufrimos desde hace tiempo una injusticia estructural en las balanzas fiscales. Podemos afirmar sin miedo a mentir que el resto del estado nos roba. Contribuimos con mucho más de lo que recibimos y, este hecho incuestionable, que se mantiene en el tiempo año tras año, década tras década desde el advenimiento del régimen del 78, acarrea una merma de recursos que nos impide alcanzar todo el potencial de desarrollo y felicidad al que nuestra historia pasada y nuestra capacidad de emprendimiento actual nos daría derecho.
Por todo ello, nosotros, el 1% más rico de la población del estado, reclamamos nuestro derecho a decidir nuestro futuro y exigimos la celebración de un referéndum de autodeterminación económica que nos exima del yugo fiscal al que el resto nos tiene sometidos. Un referéndum en el que, en virtud de nuestro inalienable derecho a decidir, solo votaremos nosotros, claro. Queremos la independencia fiscal y no volver a pagar impuestos a una sociedad que no es la nuestra. Les emplazamos a dialogar sin cortapisas y sin condiciones previas, salvo la de que el resultado del diálogo sea la aceptación de nuestra independencia fiscal del resto de los demás. Somos gente pacífica y les tendemos la mano. No nos mueve sino el deseo de ser dueños de nuestro propio destino y la confianza en un futuro que, en nuestras propias manos, será con toda seguridad mejor.
Buenas tardes"
2017/11/07
Cataluña, realidad y legitimidad
(Para mis amigos Antonio y JAMS; a ver si soy capaz de eliminar, esta vez sí, las erratas))
Cuando Dian Fossey, en las montañas de Virunga, consiguió que su presencia fuese tolerada por los grupos de gorilas y pudo observar su comportamiento social comprobó la existencia en la Naturaleza de las instituciones. En particular, comprobó que existía la institución del macho alfa. El macho alfa, el dominante en el grupo, lo es porque todos en éste creen que lo es. La realidad operante del macho alfa depende de que todos en el grupo efectivamente crean que tal cosa existe.
Los humanos no somos, en el fondo, tan distintos en nuestro comportamiento social. Bueno, sí, somos distintos porque la cantidad, complejidad y variedad de nuestras instituciones es (casi) infinitamente mayor que la de nuestros primos primates. Pero no lo somos en el sentido de que nuestras instituciones sociales son operantes en la medida en la que todos, o una gran mayoría, creamos que lo son. El ejemplo que siempre se usa para ilustrar este hecho es el del dinero. Puedo ir al estanco de la esquina, comprar un Romeo y Julieta Capuleto y pagarlo con euros porque José Ignacio (el alma mater del estanco Pengui) cree que los euros sirven para pagar. Si llegase y pretendiese hacerlo con billetes del Monopoly, el bueno de José Ignacio, después de pensar inicialmente que yo iba de coña, me diría que el Capuleto lo reservaba para alguien más cabal.
Quizás podría afirmarse que la estructura de nuestra realidad social está formada por las instituciones que hemos creado y, de ellas, por las que resultan operantes. Por ejemplo, la nobleza, que es una institución antigua y de gran importancia en el pasado, es real en el sentido de que hay sujetos que pertencen a ella; sin embargo, es una institución de una realidad desleída, porque cada vez es más inoperante.
Otro aspecto de interés a la hora de hablar de las instituciones que articulan nuestra realidad social es el de su legitimidad. El macho alfa de Dian Fossey lo es porque es el más fuerte. Su legitimidad radica en que no hay otro macho que desafíe su posición. Al principio, los humanos no éramos muy diferentes, porque casi todas las instituciones sociales y, en particular, las políticas, se instituían por la fuerza. Pero luego llegó la Ilustración y, con ella, la razón primero y la democracia después. Y la razón y la democracia establecieron el canon de lo que es una institución legítima. Éstas lo son en tanto en cuanto se rijan por las leyes y los procedimientos que la propia democracia establece.
Así pues, podemos analizar las instituciones sociales y, en particular, de nuevo, las políticas, en función de su capacidad de resultar operativas y de su legitimidad. En Cataluña, estos días, a lo que, desde esta óptica, estamos asistiendo, es a la contraposición de dos realidades institucionales: el Estado Español y su entramado legal tal y como emana de la Cosnstitución de 1978 y la República Catalana proclamada en el Parlament la semana pasada.
La capacidad operante de una y otra realidades ha quedado constatada por la casi simultánea proclamación de la DUI y la aplicación del artículo 155 de la Constitución. La República se ha mostrado totalmente inoperante, mientras que la plaicación del 155 ha sido palmariamente operativa. ¿Por qué? Porque nadie, ni siquiera los independentistas, creen que la República "opere" en ningún sentido que "operar" pueda tener. Desde esta perspectiva, la realidad de la República Catalana como institución social se ha desvahído en apenas horas.
Aún así, se podría argumentar que, inoperante y todo, cuenta con una cierta base de fundamentación legitimatoria. Sin embargo, al saltarse las leyes y los procesos que la democracia establece, la república nace huérfana de cualqueir atisbo de legitimidad.
Da la sensación de que, a estas alturas, lo líderes del procés han renunciado a su aspiración de hacer de la República Catalana una realidad política. Su decisión de concurrir a las elecciones del 21 de diciembre así lo indica. Sin embargo, continúa su intento de dotar de cierta legitimidad a la República, buscando la simpatía de la comunidad internacional. En este frente, algún reconocimiento minoritario y aislado han conseguido (con la inestimable contribución de las cargas policiales del 1 de octubre). Pero ha sido este reconocimiento de carácter principalmente emocional; podríamos llamarlo un reconocimiento por simpatía. Sin embargo, casi todas las instancias internacionales que han procedido a analizar la República Catalana desde una óptica racional, ilustrada, le han negado el reconocimiento de cualquier atisbo de legitimidad.
Si estoy en lo cierto, no cabe sino afirmar que la estrategia de los líderes del independentismo ha resultado un fracaso, al no conseguir dotar de realidad ni de legitimidad a su proyecto de República. Quizás un mejor conocimiento de la historia en general y de la filosofía de John Searle habría sido un mejor bagaje intelectual para abordar la consecución de sus objetivos.
2017/10/29
Cataluña: verdad y relato
Ilustración es la salida del ser humano de su minoría de edad, de la cual él mismo es culpable. Minoría de edad es la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin dirección de otro. Él mismo es culpable de esta minoría de edad porque la causa de la misma no radica en un defecto del entendimiento sino en la falta de decisión y del coraje de servirse del propio sin dirección de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el coraje de servirte de tu propio entendimiento! es, en consecuencia, la divisa de la Ilustración.
Immanuel Kant; primer párrafo de "Qué es la Ilustración"
La Ilustración trajo consigo el encumbramiento de la razón como acceso a la realidad. La realidad, para la Ilustración, se descubre por medio de la razón. Y la verdad no es sino una representación ajustada de la realidad, que se construye por medio de la razón.
Para Kant, el uso de la razón es el pasaporte del ser humano a la mayoría de edad. El uso del propio entendimiento, basado en la razón, convierte al humano en una persona mayor de edad. Para el ilustrado, por lo tanto, la razón y su uso son el primer escalón y la condición de posibilidad de su "ser en el mundo" como persona. Y ello vale tanto cuando se trata de ampliar el conocimiento, en la ciencia como en la organización social y política.
En el terreno social y político esta idea de la Ilustración se traduce en la asignación de un cierto carácter de "sagrada" a la verdad. El primer paso para determinar cómo debemos organizarnos es una aproximación "verdadera" a la realidad. No en vano se etiquetó como "socialismo científico" a la doctrina de Marx, que se construyó sobre un análisis riguroso de la sociedad capitalista del siglo XIX, de la dinámica de generación y captura de valor económico por las distintas clases sociales y de las implicaciones de éstas para sus estructuras sociales y la capacidad de sus integrantes de desarrollarse como personas.
La promesa implícita de la Ilustración es el progreso. La humanidad, en la medida en que se apoye en la razón, en la medida en la que respete el principio de realidad y lo que quiera que piense o que haga se base en la verdad, progresará.
La historia del siglo XIX y del XX es conocida. Por una parte, incluso la Ilustración produjo sus monstruos. Por la otra, el romanticismo refluyó y su referencia idealista sustituyó la preminencia de la verdad por la de otra categoría: el relato.
La posmodernidad trajo, en el último tercio del siglo XX, una nueva forma de ver las cosas, que se fundamenta, entre otras cosas, en la negación de la posibilidad de un acceso verdadero a la realidad, cuestionando la operatividad el propio concepto de verdad y en la crítica radical del concepto de progreso.
En la era del relato, lo relevante no es el carácter verdadero del mismo. Lo relevante es su capacidad de hacer creer en él al que lo escucha. Y, una vez que en vez de ciudadanos racionales se consigue tener creyentes, el propio relato se ocupa de hacer a éstos inmunes a la razón e inmunes a la realidad. Cualquier elemento de la realidad que contravenga las tesis o mandatos del relato será convenientemente reelaborado y disfrazado o, en muchas ocasiones, ignorado.
De este modo, la posmodernidad hace que su propia profecía se cumpla: volvemos a los tiempos a los tiempos teocráticos; las nuevas biblias son los relatos.
El delirio de los nacionalistas no es sino un ejemplo de los tiempos que corren. La independencia de Cataluña es una aspiración legítima. Yo, en particular, creo que es una aspiración errónea,en el sentido de que no traería ni más properidad ni más bienestar. Pero en un mundo democrático, el porrama independentista es tan legítimo como cualquier otro. El problema de la puesta en práctica de este programa en Cataluña es doble: por una parte, su insuficiente legitimación (de esto hablaré en otro post); el segundo, es que apoya en un relato totalmente alejado de la realidad.
El relato habla de un pueblo catalán que quiere ser independiente, cuando la mitad o más de los ciudadanos de Cataluña no quieren serlo (por cierto, cuidado con el uso de la expresión "pueblo"; ya sabemos adonde condujo en la historia reciente). El relato habla de una acogida internacional entusiasta de la nueva república catalana, cuando sólo Venezuela podría reconcocerla. El relato habla de prosperidad, cuando las empresas huyen en manada de Cataluña.
El relato se ha convertido en un delirio. Mi amigo Miguel Albero me recordaba que Ortega, refiriéndose a los argentinos, excalamaba: "argentinos, a las cosas". Bien harían los independentidstas en seguir la recomendación de Ortega, revisar su relato, volver a la realidad y, desde ella, perseguir la realización de su programa.
2017/04/19
El Tramabús
Hay totalitarismos que de inmediato muestran su auténtica faz, que se muestran en todo su potencial de maldad. No tardaron nada Videla, Pinochet o Franco en demostran todo de lo que eran capaces. Pero hay otros cuya auténtica cara se va desvelando con el tiempo. El mundo tardó en comprobar de lo que Mao, Lenin y su secuela Stalin o el propio Hitler fueron capaces. Es decir, Stain tardó unos siete u ocho años en lanzar purgas masivas o en condenar a morir de hambre a millones de personas en Ucrania. Y Hitler no puso en marcha la solución final hasta ocho o diez años después de llegar al poder.
Sin embargo, por el camino el mal ya había avisado. Ya había dado señales de lo que podría llegar a ocurrir. Estas señales se fueron desarrollando conforme a una secuencia que, en los distintos casos tuvo sus especificidades, pero en la que es posible encontrar elementos comunes.
El primer elemento común es la construcción de un relato. Este relato, como dije más arriba, fue uno en cada caso, pero presenta similitudes en todos. Se trata de un relato que pretende explicar los males que aquejan a las sociedades. Y se trata de un relato en el que es imprescindible encontrar un culpable. Un culpable que sea potencialmente capaz de "tener la culpa de todo" y, que, por lo tanto, debe ser un grupo o muy amplio o difusamente definido. Puede tratarse de los judíos, de los rusos blancos, de los contra revolucionarios, de los americanos, de los inmigrantes o de los que habían estudiado y se habían aburguesado.
El segundo paso es hacer que el relato sea verosímil. No que sea veraz, sino que sea verosímil, creíble. Debe ser un relato que apele bien a las emociones de aquellos a los que se dirige, trufado de medias verdades y de mentiras y simplificaciones. Un relato que puede ser creído de primeras, y que conecta bien con la frustración o desesperación de las gentes. En esos relatos hay partes de la histotria que no son completamente falsas, o incluso que son verdaderas. Y esas partes sirven para darle la pátina de credibilidad a las medias verdades y a las mentiras que van en el paquete. El relato no tiene que ser veraz. Tiene que poder "dar sentido", dar sentido a lo que los autrores del relato van a hacer; dar sentido a lo que van a pedirle a la gente que haga.
El tercer elemento es el desplazamiento de la frontera de lo admisible en democracia y en una convivencia civilizada. Se empieza por hacer burla; se sigue por faltar al respeto, se continua por insultar; luego un escrache; después la justificación de la violencia que se ejerce sobre "el grupo culpable"; un paso más es la instigación de esa violencia. Y luego la violencia se industrializa: Dachau o Siberia.
Para conseguir este desplazamiento de la frontera de lo admisible el relato es fundamental. Porque en el relato se construye una lógica de despersonalización del "grupo culpable". Los miembros del grupo culpable no son ciudadanos; ni siquiera son personas. Son solo culpables. Y como son solo culpables no son sujetos de derecho: del derecho a la presunción de inocencia; del derecho a la defensa frente a un tribunal justo; del derecho a la libertad, a nos ser torturados o del derecho a vivir.
El proceso de desplazamiento de la frontera de lo admisible se va produciendo de forma paulatina, medante la propaganda y la señalización. Pintadas, caras en el centro de dianas, caricaturas con sentencias de culpabilidad, escraches, amenazas públicas...
Y así, poco a poco, va ocurriendo lo impensable. ¿Por qué no salieron corriendo todos los judíos de Alemania en 1933, 1934, 1935,...? Porque nunca pensaron que las cosas podrían llegar al extremo que alcanzaron en 1940, 1941, 1942, ... ¡Era impensable!
Muchos vascos fueron víctimas de este proceso en los años de plomo en Euskadi. Los constitucionalistas eran el grupo culpable. El relato de la opresión del pueblo vasco se construyó y difundió con gran éxito. Y se produjo el acoso y la persecución social y física, hasta el asesinato, de "los culpables". En Patria, de Fernando Aramburu, se narra esta historia de forma magistral.
Pues bien. El así llamado Tramabús tiene todos los elementos del principio del proceso. Un relato: "la trama"; los culpables: "los representados en el bus, con independencia de lo que la justicia diga"; el desplazamiento de los admisible: la propia señalización de las personas en el autobús y los escraches que han organizado en el pasado.
La forma de proceder de Podemos revela una y otra vez la naturaleza absolutamente totalitaria de sus dirigentes e inspiradores. Sólo el hecho de que han surgido en España, con la inercia de nuestras instituciones, jóvenes a imperfectas, pero razonablemente sólidas, y de que parecen haber alcanzado un techo electoral del 20% los fuerza a disimular. Pero, ¿se acuerda el lector de la propuesta de gobierno que le hicieron a Sánchez, ocupando las carteras de interior, de justicia, etc? ¿Se acuerda el lector cuando en la primera propuesta que hicieron pública (y luego corrigieron) querían controlar a las jueces? ¿De que querían ocuparse del CNI?
Ojalá que se imponga la razón y se desenmascare a ese grupo de totalitarios, y que sus votantes se den cuenta de lo que nos iba a esperar en el caso de que algún día llegasen al poder.
Sin embargo, por el camino el mal ya había avisado. Ya había dado señales de lo que podría llegar a ocurrir. Estas señales se fueron desarrollando conforme a una secuencia que, en los distintos casos tuvo sus especificidades, pero en la que es posible encontrar elementos comunes.
El primer elemento común es la construcción de un relato. Este relato, como dije más arriba, fue uno en cada caso, pero presenta similitudes en todos. Se trata de un relato que pretende explicar los males que aquejan a las sociedades. Y se trata de un relato en el que es imprescindible encontrar un culpable. Un culpable que sea potencialmente capaz de "tener la culpa de todo" y, que, por lo tanto, debe ser un grupo o muy amplio o difusamente definido. Puede tratarse de los judíos, de los rusos blancos, de los contra revolucionarios, de los americanos, de los inmigrantes o de los que habían estudiado y se habían aburguesado.
El segundo paso es hacer que el relato sea verosímil. No que sea veraz, sino que sea verosímil, creíble. Debe ser un relato que apele bien a las emociones de aquellos a los que se dirige, trufado de medias verdades y de mentiras y simplificaciones. Un relato que puede ser creído de primeras, y que conecta bien con la frustración o desesperación de las gentes. En esos relatos hay partes de la histotria que no son completamente falsas, o incluso que son verdaderas. Y esas partes sirven para darle la pátina de credibilidad a las medias verdades y a las mentiras que van en el paquete. El relato no tiene que ser veraz. Tiene que poder "dar sentido", dar sentido a lo que los autrores del relato van a hacer; dar sentido a lo que van a pedirle a la gente que haga.
El tercer elemento es el desplazamiento de la frontera de lo admisible en democracia y en una convivencia civilizada. Se empieza por hacer burla; se sigue por faltar al respeto, se continua por insultar; luego un escrache; después la justificación de la violencia que se ejerce sobre "el grupo culpable"; un paso más es la instigación de esa violencia. Y luego la violencia se industrializa: Dachau o Siberia.
Para conseguir este desplazamiento de la frontera de lo admisible el relato es fundamental. Porque en el relato se construye una lógica de despersonalización del "grupo culpable". Los miembros del grupo culpable no son ciudadanos; ni siquiera son personas. Son solo culpables. Y como son solo culpables no son sujetos de derecho: del derecho a la presunción de inocencia; del derecho a la defensa frente a un tribunal justo; del derecho a la libertad, a nos ser torturados o del derecho a vivir.
El proceso de desplazamiento de la frontera de lo admisible se va produciendo de forma paulatina, medante la propaganda y la señalización. Pintadas, caras en el centro de dianas, caricaturas con sentencias de culpabilidad, escraches, amenazas públicas...
Y así, poco a poco, va ocurriendo lo impensable. ¿Por qué no salieron corriendo todos los judíos de Alemania en 1933, 1934, 1935,...? Porque nunca pensaron que las cosas podrían llegar al extremo que alcanzaron en 1940, 1941, 1942, ... ¡Era impensable!
Muchos vascos fueron víctimas de este proceso en los años de plomo en Euskadi. Los constitucionalistas eran el grupo culpable. El relato de la opresión del pueblo vasco se construyó y difundió con gran éxito. Y se produjo el acoso y la persecución social y física, hasta el asesinato, de "los culpables". En Patria, de Fernando Aramburu, se narra esta historia de forma magistral.
Pues bien. El así llamado Tramabús tiene todos los elementos del principio del proceso. Un relato: "la trama"; los culpables: "los representados en el bus, con independencia de lo que la justicia diga"; el desplazamiento de los admisible: la propia señalización de las personas en el autobús y los escraches que han organizado en el pasado.
La forma de proceder de Podemos revela una y otra vez la naturaleza absolutamente totalitaria de sus dirigentes e inspiradores. Sólo el hecho de que han surgido en España, con la inercia de nuestras instituciones, jóvenes a imperfectas, pero razonablemente sólidas, y de que parecen haber alcanzado un techo electoral del 20% los fuerza a disimular. Pero, ¿se acuerda el lector de la propuesta de gobierno que le hicieron a Sánchez, ocupando las carteras de interior, de justicia, etc? ¿Se acuerda el lector cuando en la primera propuesta que hicieron pública (y luego corrigieron) querían controlar a las jueces? ¿De que querían ocuparse del CNI?
Ojalá que se imponga la razón y se desenmascare a ese grupo de totalitarios, y que sus votantes se den cuenta de lo que nos iba a esperar en el caso de que algún día llegasen al poder.
2016/11/10
Trump, Clinton, Maslow, marketing político, la izquierda
(Aviso: soy votante de izquierdas; en las elecciones de los EE.UU. hubiera votado a Hillary Clinton; detesto el populismo de derechas y también el de izquierdas; ambos me parecen la antesala del totalitarismo. Creo que deberíamos ser muchísimo más generosos con los inmigrantes. Y estoy totalmente a favor de la equiparación de derechos de las minorías. Y también estoy totalmente a favor del principio de realidad y del respeto a la verdad)
Bueno, ánimo, ya queda menos para que acabe este 2016, annus horribilis para la racionalidad política, con populistas de derechas ganando cuota de respaldo popular en Francia, Alemania, Holanda, Austria, Hungría, Polonia; populistas de izquierdas en el gobierno griego y asentándose en España, con el Brexit en verano y, como aldabonazo final, gran campanada ensordecedora que deja casi todo lo demás pequeño, Donald Trump elegido para ocupar la presidencia de los EE.UU. Fijándome en este último acontecimiento, me pregunto: ¿qué ha ocurrido? ¿cómo ha podido pasar?
Las elecciones americanas: algunos datos relevantes
Hillary Clinton ha ganado el más bien simbólico voto popular, habiendo recibido alrededor de 60 millones de votos, pocos más que Trump. En 2008, Obama recibió casi 70 millones de votos, y McCaine sobre los 60 millones. En 2012 Obama revalidó la presidencia con 65 millones de votos, y Romney alcanzó algo más de sesenta millones de votos. Es decir, el voto republicano se ha mantenido prácticamente constante en las tres últimas elecciones; sin embargo, Hillary Clinton ha recibido 10 y 5 millones de votos menos que Obama en 2008 y 2012, respectivamente.
Hillary Clinton ha perdido la batalla electoral en casi todos los estados oscilantes, aquellos que pasan de demócratas a republicanos o viceversa dependiendo de la elección. Teniendo en cuenta los márgenes de vostos por los que esto ha ocurrido, no es descabellado pensar que sólo con haber igualado el voto de Obama en 2012 Hillary Clinto habría ganado en muchos de ellos, si no todos.
En algunos de estos estados hay minorías que, en principio, deberían haber apoyado a Hillary Clinton frente a Trump.
Finalmente, a pesar del perfil de sexista y machista de Trump, las mujeres de raza blanca le han votado a él en mayor propoción que a Clinton: http://www.huffingtonpost.com/entry/dear-white-women-we-messed-this-up-election-2016_us_582341c9e4b0aac62488970e?
Abraham Maslow y su pirámide
El psicólogo Abraham Maslow formuló en 1943 su teoría de las necesidades humanas, que fue actualizando posteriormente. Según esta teoría, las necesidades humanas están estructuradas en una jerarquía de cinco niveles, y sólo cuando las de un nivel dado están cubiertas las personas buscan satisfacer las de un nivel superior. Los cinco niveles de necesidades son, desde las más básicas (y primeras en requerir su satisfacción) hasta las más sofisticadas (y últimas en requerir satisfacción):
Una lectura más sutil indicaría no tanto una secuencia cronológica, sino más bien de "condiciones de posibilidad". En otros términos, sólo cuando las necesidades de un nivel están satisfechas están las personas en disposición de abordar la satisfacción de necesidades "más elevadas".
Bien. Vamos a aceptar que, a grandes rasgos, la de la pirámide de Maslow es una buena teoría. ¿Qué ocurriría si a una persona o a una sociedad que concibe y planifica su vida dando por supuesta la satisfacción de las necesidades de un nivel dado, y por lo tanto pensando en las que se ubican en estratos superiores de la pirámide, de repente les da la sensación de que esa suposición está en riesgo?
Aparece el miedo, el miedo terrible a que los cimientos vitales sobre los que la existencia se plantea sean débiles y la construcción de la propia vida pueda desmoronarse. Y ese miedo se constituye en una emoción primordial, capaz de orientar toda la actuación de las personas, que buscarán desesperadamente seguridades sobre las que construir, afirmar o reconstruir sus proyectos vitales.
Cuando esto ocurre, la atención de las personas se centra alrededor de la búsqueda de esas seguridades. De este modo, conforme a Maslow, a alguien que está sin trabajo o tiene miedo de perderlo, hablarle de creatividad o principios morales sería, en primera aproximación, un sinsentido, porque la situación emocional de esa persona hace que sus registros de comunicación y, en general, vitales, no resuenen con esas categorías de discurso.
Las clases medias de los países desarrollados
En el periodo de oro de las postguerra, más o menos hasta mediados de los años ochenta del siglo pasado, las clases medias de los países desarrolados en Europa, Norteamérica, Australia y Japón (caucásicas en los tres primeros casos) vivieron una época de esplendor. Vieron cómo sus necesidades más básicas y sus necesidades de seguridad quedaban satisfechas. Vivían cada vez mejor y, tanto o más importante, las expectativas para sus hijos eran aún mejores. Se podía dar por seguro que las personas no tendrían que precuparse demasiado por su seguridad. Empleo, vivienda, seguridad física y salud estaban cubidertos por un sistema económico que producía crecimiento y, en el caso europeo, por unos estados de bienestar que estaban al quite si la economía dejaba de funcionar.
Pero esta arcadia feliz ha saltado por los aires. Primero llegaron Reagan y Thatcher, desmontando algunos de los equilibrios básicos que habían permitido a las sociedades desarrolladas llegar a los citados nivles de bienestar. Si la desregulación financiera del primero creó las condiciones para la locura financiera que acabó en el estallido de Lehman, el ataque de la segunda a los sindicatos, respaldada por una clase media que pensó que nunca más serían necesarios para garantizar unas condiciones de empleo dignas, agrietó el pacto social.
Luego cayó el Muro de Berlín, y con él desapareció el enemigo comunista, la amenaza creíble que había llevado al capitalismo liberal de la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX a pactar. El capitalismo se desbocó.
Y, finalmente, la tecnología. La tecnología que ha creado las condiciones para que la globalización fuese una realidad de escala planetaria. Y con la globalización, la deslocalización de la actividad económica. Y con ésta sus efectos, algunos buenos, como sin duda es la salida de la pobreza de cientos de millones de personas en los países de desarrollo, en China, India, Brasil, Perú, Colombia, Marruecos, etc. Y los no tan buenos, como el desempleo y el empobrecimiento de las clases medias en los países desarrollados, mientras que los ricos de estos países se enriquecen cada vez más y no pagan impuestos en la misma proporción.
Y, también, la tecnología que está heciendo redundantes a muchos puestos de trabajo, realimentando aquellos efectos menos deseables de la globalización.
Y, las clases medias de empleados caucásicos, que tan despejado veían el panorama hasta los ochenta, han visto su bienestar mermar; sus expectativas mermar; las expectativas de sus hijos mermar mucho; y su seguridad saltar por los aires. Y si no la suya, sí la de sus vecinos, parientes, amigos.
Y lo que principalmente les preocupa a estas personas es restaurar el estatus quo anterior. Recuperar la seguridad de un empleo, de una vivienda, de no ser abandonados si enferman o quedan en el desempleo.
Las instituciones
La globalización ha trastocado por completo el sistema económico. La producción y, en general, las tareas de menor valor añadido se han ido desplazando hacia los países en vías de desarrollo, en los que el coste de la mano de obra es mucho menor. Este hecho ha traído consigo, como decía más arriba, la salida de la pobreza de cientos de millones de personas; pero también ha acarreado el aumento del desempleo y la bajada de los salarios entre las clases medias y los trabajadores en los países desarrollados.
Si bien este proceso se ha desarrollando en distintas fases en los últimos treinta años, sus manifestaciones alcanzaron particular intensidad después de 2007, con la crisis financiera. El estallido de dicha crisis no hizo sino reforzar algunos de los efectos menos deseados de la globalización, impulsando aún más el desempleo y la debilitación salarial, y añadiendo inseguridades nuevas en el esquema de necesidades, como la pérdida de vivienda acarreada por los deshaucios.
En el contexto descrito, ¿cómo han actuado las instituciones? Pues en EE.UU. han tratado de paliar los peores efectos de la crisis. En Europa se han embarcado en políticas de austeridad fiscal sobre las que cada vez más se generaliza el consenso de que no han sido las adecuadas (ver, por ejemplo, http://www.telegraph.co.uk/business/2016/07/28/imf-admits-disastrous-love-affair-with-euro-apologises-for-the-i/ ). Por otra parte, en este periodo la desigualdad dentro de los países desarrollados no ha hecho otra cosa que aumentar, poniendo de manifiesto que las políticas públicas no han sido capaces de compensar los efectos de la crisis y la globalización. Mientras que los más ricos recogían los beneficios de la globalización y su riqueza aumentaba, las instituciones eran incapaces de gravar parte de ese aumento de riqueza para financiar los programas necesarios para que el estado de bienestar ayudase a los más desfavorecidos.
Las clases medias y trabajadoras no sólo vieron que el sistema económico las depauperaba o amenzaba con hacerlo: vieron que las instituciones no actuaban en su favor.
¿Y la izquierda?
Tradicionalmente, la izquierda tuvo como sujeto y objeto de su acción política a los más desfavorecidos. El objetivo de sus políticas fue conseguir las satisfacción de las necesidades de los más desfavorecidos, de forma que, en el modelo de Maslow, la autorrealización o el reconocimiento no fuesen un privilegio de los más ricos.
Dejando de lado a la izquierda totalitaria de Lenin, Mao, Pol Pot o Castro, de la que no hay nada que reivindicar y todo que condenar, al princpio, la socialdemocracia se ocupó de cnseguir sacar de la pobreza a las clases de trabajadores y proletarios. Una vez que se consiguió para ellos un empleo digno (lo que, sin sindicatos y negociación colectiva habría sido imposible), se trató de garantizar la satisfacción de otras necesidades del segundo nivel de Maslow: salud, vivienda digna; y después algunas de las del tercer y cuarto niveles: reconocimiento social, educación, participación política.
Y cuando todo esto se hubo logrado, ¿qué ourrió? Pues ocurrió que esas clases medias, que habían hecho el recorrido con la izquierda desde el proletariado hasta una posición social acomodada, dejaron de ser el sujeto y el objeto de las políticas de la izquierda. Abandonaron a los partidos socialdemócratas a la vez que éstos se dedicaron a otros colectivos.
Es como si la izquierda hubiese pensado: "misión cumplida", y " a otra cosa". Y pasó a ocuparse de otras necesidades de otros grupos. Y que conste que yo creo que esas necesidades son muy legítimas y que deben ser atendidas. Pero lo cierto es que la izquierda pasó a ocuparse de la ecología, el aborto, los matrimonios gays, los derechos de los LGT, los derechos de los animales. Y aún más, de las necesidades de identidad nacional (y que conste que yo creo que estas necesiadades no deben ser ni planteadas ni defendidas por partidos de izquierdas).
Mientras tanto, la derecha conservadora ha hecho lo de siempre: defender los privilegios de los más favorecidos; la derecha liberal mantener su ilusión ideológica de que es mejor dejar al sistema autorregularse. Y entre una y otra, convertir a las clases medias en sujetos y objetos de sus políticas.
Y cuando estalla la crisis, y de repente el suelo se abre debajo de los pies de las citadas clases medias, edtas se encuentran con que quien habla de ellas y a ellas se dirige no es la izquerda, vieja amiga, ahora en otros menesteres, sino la derecha liberal (y la conservadora en alguna medida), que le receta ideología liberal. Pero, ¿no fue la aplicación de las ideas liberales la que condujo a las cosas a dónde están?
Trump y Clinton
Y así llegamos a los EE.UU. el 8 de noviembre de 2016. Trump elabora un discurso terrible, lleno de odio, de racismo, de desprecio a las mujeres, de desprecio a las minorías, de prevención frente a los inmigrantes... y de defensa de la vieja clase media caucásica azotada por la globalización y la crisis. ¿Son estos los más desfavorecidos? No. Hay minorías mucho más desfavorecidas en los EE.UU. Pero Trump ha elaborado un discurso que ha resonado a la perfección con el miedo y la inseguridad de decenas de millones de personas en los EE.UU.
Y no sólo con su miedo; también con la ira derivada de su sensación, más o menos injusta, de que las instituciones, ó, como dice Trump, el "establishment", se dedicaba o bien a proteger los intereses de los ricos y los bancos o a paliar la situación de las minorías económicamente desfavorecidas o legalmente discriminadas, mientras que las condiciones de vida y las expectativas de esa clase media blanca de los estados de fuera de las costas se deterioraban.
Y para ellos ha elaborado un discurso que ha ido directo al centro de la caldera emocional en la que viven: ha dado en el centro mismo de la diana de sus miedos y de su ira. Y estas emociones son tan básicas, tan profundas y tan potentes, que cualquier posible vergüenza por los comentarios machistas o cualquier compasión por las minorías atacadas en las declaraciones racistas han quedado aparcadas.
Y en frente, Hillary Clinton, ¿a quién hablaba y cómo la hacía? Es seguramente cierto que pocos candidatos a la presidencia de los EE.UU. han estado tan preparados para el cargo como ella. Por su experiencia en la Casa Blanca en los dos periodos de su marido como presidente, o en la Secretaría de Estado o en el Congreso. Pero, ¿cuáles eran las razones para votarle? ¿Cuáles eran las emociones a las que se dirigía? ¿Que Trump no ganase? Pero, ¡¡si a una parte importante del electorado que Trump ganase le parecía bien, y otra piensa que Clinton es parte del sistema que los ha llevado a dónde están!!
Lo cierto es que, en una campaña fuertemente cargada de emociones, ella no ha sabido conectar con las minorías de hispanos y afroamericanos en la misma medida que lo hizo Obama; de ahí su pérdida de respaldo. ¿Qué o quién es Hillary Clinton para un potencial votante de color, o hispano, poco formado? Alguien muy lejano, que no tiene nada en común con ellos, que no habla su lenguaje, que se rodea de intelectuales ricos, de artistas ricos o, aún peor, de banqueros ricos. Bien, sí, es demócrata, pero no tiene nada que ver con ellos.
¿Y para las clases medias de trabajadores de "cuello azul"? Para ellos Hillary es alguien preocupada, en el mejor de los casos, por el bienestar de algunas minorías que nada tienen que ver con ellos; y, en el peor, por defender los intereses de los más ricos.
Por eso ha ganado Trump. Si bien su "público potencial" no es mayoritario, él ha conseguido conectar con ellos, hablándoles de sus necesidades, prometiéndoles (y sí, seguramente mintiendo) restaurar las seguridades perdidas. Y aunque Clinton contaba con un público potencial mayor, no ha sabido conectar con los miedos de los que están perdiendo su posición social lograda después de décadas de esfuerzo, que podrían haber encontrado en ella a una defensora mucho más solvente y sincera que Trump, ni ha resultado suficientemente creíble como defensora de las necesidades no satisfechas de las minorías que debían haberla llevado a la Casa Blanca.
La lección para la socialdemocracia
Gran lección para la socialdemocracia europea: ¿a quién le hablamos? ¿con qué discurso? ¿con que actuación en las instituciones? Hay que rearmar el discurso cuanto antes. No se trata, como dicen podemitas, de una lucha de la casta contra la gente, que se hace a medias en las instituciones y a medias en la calle (¿en las barricadas? ... que miedo). Se trata de restaurar equilibrios en las sociedades, de asegurar los estados del bienestar a toda costa, de repartir los beneficios y los costes de la globalización, de hacer las instituciones absolutamente transparentes. Y cuanto antes, mejor.
Bueno, ánimo, ya queda menos para que acabe este 2016, annus horribilis para la racionalidad política, con populistas de derechas ganando cuota de respaldo popular en Francia, Alemania, Holanda, Austria, Hungría, Polonia; populistas de izquierdas en el gobierno griego y asentándose en España, con el Brexit en verano y, como aldabonazo final, gran campanada ensordecedora que deja casi todo lo demás pequeño, Donald Trump elegido para ocupar la presidencia de los EE.UU. Fijándome en este último acontecimiento, me pregunto: ¿qué ha ocurrido? ¿cómo ha podido pasar?
Las elecciones americanas: algunos datos relevantes
Hillary Clinton ha ganado el más bien simbólico voto popular, habiendo recibido alrededor de 60 millones de votos, pocos más que Trump. En 2008, Obama recibió casi 70 millones de votos, y McCaine sobre los 60 millones. En 2012 Obama revalidó la presidencia con 65 millones de votos, y Romney alcanzó algo más de sesenta millones de votos. Es decir, el voto republicano se ha mantenido prácticamente constante en las tres últimas elecciones; sin embargo, Hillary Clinton ha recibido 10 y 5 millones de votos menos que Obama en 2008 y 2012, respectivamente.
Hillary Clinton ha perdido la batalla electoral en casi todos los estados oscilantes, aquellos que pasan de demócratas a republicanos o viceversa dependiendo de la elección. Teniendo en cuenta los márgenes de vostos por los que esto ha ocurrido, no es descabellado pensar que sólo con haber igualado el voto de Obama en 2012 Hillary Clinto habría ganado en muchos de ellos, si no todos.
En algunos de estos estados hay minorías que, en principio, deberían haber apoyado a Hillary Clinton frente a Trump.
Finalmente, a pesar del perfil de sexista y machista de Trump, las mujeres de raza blanca le han votado a él en mayor propoción que a Clinton: http://www.huffingtonpost.com/entry/dear-white-women-we-messed-this-up-election-2016_us_582341c9e4b0aac62488970e?
Abraham Maslow y su pirámide
El psicólogo Abraham Maslow formuló en 1943 su teoría de las necesidades humanas, que fue actualizando posteriormente. Según esta teoría, las necesidades humanas están estructuradas en una jerarquía de cinco niveles, y sólo cuando las de un nivel dado están cubiertas las personas buscan satisfacer las de un nivel superior. Los cinco niveles de necesidades son, desde las más básicas (y primeras en requerir su satisfacción) hasta las más sofisticadas (y últimas en requerir satisfacción):
- Necesidades fisiológicas: alimento, descanso, mantenimiento de las funciones corporales
- Necesidades de seguridad: Seguridad física, de empleo, de recursos, de vivienda, de propiedad...
- Necesidades de afiliación: amistad, afecto, pertenencia
- Necesidades de reconocimiento: autorreconocimiento, respeto, éxito
- Necesiadades de autorrealización: creatividad, moralidad, aceptación, desarrollo
Una lectura más sutil indicaría no tanto una secuencia cronológica, sino más bien de "condiciones de posibilidad". En otros términos, sólo cuando las necesidades de un nivel están satisfechas están las personas en disposición de abordar la satisfacción de necesidades "más elevadas".
Bien. Vamos a aceptar que, a grandes rasgos, la de la pirámide de Maslow es una buena teoría. ¿Qué ocurriría si a una persona o a una sociedad que concibe y planifica su vida dando por supuesta la satisfacción de las necesidades de un nivel dado, y por lo tanto pensando en las que se ubican en estratos superiores de la pirámide, de repente les da la sensación de que esa suposición está en riesgo?
Aparece el miedo, el miedo terrible a que los cimientos vitales sobre los que la existencia se plantea sean débiles y la construcción de la propia vida pueda desmoronarse. Y ese miedo se constituye en una emoción primordial, capaz de orientar toda la actuación de las personas, que buscarán desesperadamente seguridades sobre las que construir, afirmar o reconstruir sus proyectos vitales.
Cuando esto ocurre, la atención de las personas se centra alrededor de la búsqueda de esas seguridades. De este modo, conforme a Maslow, a alguien que está sin trabajo o tiene miedo de perderlo, hablarle de creatividad o principios morales sería, en primera aproximación, un sinsentido, porque la situación emocional de esa persona hace que sus registros de comunicación y, en general, vitales, no resuenen con esas categorías de discurso.
Las clases medias de los países desarrollados
En el periodo de oro de las postguerra, más o menos hasta mediados de los años ochenta del siglo pasado, las clases medias de los países desarrolados en Europa, Norteamérica, Australia y Japón (caucásicas en los tres primeros casos) vivieron una época de esplendor. Vieron cómo sus necesidades más básicas y sus necesidades de seguridad quedaban satisfechas. Vivían cada vez mejor y, tanto o más importante, las expectativas para sus hijos eran aún mejores. Se podía dar por seguro que las personas no tendrían que precuparse demasiado por su seguridad. Empleo, vivienda, seguridad física y salud estaban cubidertos por un sistema económico que producía crecimiento y, en el caso europeo, por unos estados de bienestar que estaban al quite si la economía dejaba de funcionar.
Pero esta arcadia feliz ha saltado por los aires. Primero llegaron Reagan y Thatcher, desmontando algunos de los equilibrios básicos que habían permitido a las sociedades desarrolladas llegar a los citados nivles de bienestar. Si la desregulación financiera del primero creó las condiciones para la locura financiera que acabó en el estallido de Lehman, el ataque de la segunda a los sindicatos, respaldada por una clase media que pensó que nunca más serían necesarios para garantizar unas condiciones de empleo dignas, agrietó el pacto social.
Luego cayó el Muro de Berlín, y con él desapareció el enemigo comunista, la amenaza creíble que había llevado al capitalismo liberal de la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX a pactar. El capitalismo se desbocó.
Y, finalmente, la tecnología. La tecnología que ha creado las condiciones para que la globalización fuese una realidad de escala planetaria. Y con la globalización, la deslocalización de la actividad económica. Y con ésta sus efectos, algunos buenos, como sin duda es la salida de la pobreza de cientos de millones de personas en los países de desarrollo, en China, India, Brasil, Perú, Colombia, Marruecos, etc. Y los no tan buenos, como el desempleo y el empobrecimiento de las clases medias en los países desarrollados, mientras que los ricos de estos países se enriquecen cada vez más y no pagan impuestos en la misma proporción.
Y, también, la tecnología que está heciendo redundantes a muchos puestos de trabajo, realimentando aquellos efectos menos deseables de la globalización.
Y, las clases medias de empleados caucásicos, que tan despejado veían el panorama hasta los ochenta, han visto su bienestar mermar; sus expectativas mermar; las expectativas de sus hijos mermar mucho; y su seguridad saltar por los aires. Y si no la suya, sí la de sus vecinos, parientes, amigos.
Y lo que principalmente les preocupa a estas personas es restaurar el estatus quo anterior. Recuperar la seguridad de un empleo, de una vivienda, de no ser abandonados si enferman o quedan en el desempleo.
Las instituciones
La globalización ha trastocado por completo el sistema económico. La producción y, en general, las tareas de menor valor añadido se han ido desplazando hacia los países en vías de desarrollo, en los que el coste de la mano de obra es mucho menor. Este hecho ha traído consigo, como decía más arriba, la salida de la pobreza de cientos de millones de personas; pero también ha acarreado el aumento del desempleo y la bajada de los salarios entre las clases medias y los trabajadores en los países desarrollados.
Si bien este proceso se ha desarrollando en distintas fases en los últimos treinta años, sus manifestaciones alcanzaron particular intensidad después de 2007, con la crisis financiera. El estallido de dicha crisis no hizo sino reforzar algunos de los efectos menos deseados de la globalización, impulsando aún más el desempleo y la debilitación salarial, y añadiendo inseguridades nuevas en el esquema de necesidades, como la pérdida de vivienda acarreada por los deshaucios.
En el contexto descrito, ¿cómo han actuado las instituciones? Pues en EE.UU. han tratado de paliar los peores efectos de la crisis. En Europa se han embarcado en políticas de austeridad fiscal sobre las que cada vez más se generaliza el consenso de que no han sido las adecuadas (ver, por ejemplo, http://www.telegraph.co.uk/business/2016/07/28/imf-admits-disastrous-love-affair-with-euro-apologises-for-the-i/ ). Por otra parte, en este periodo la desigualdad dentro de los países desarrollados no ha hecho otra cosa que aumentar, poniendo de manifiesto que las políticas públicas no han sido capaces de compensar los efectos de la crisis y la globalización. Mientras que los más ricos recogían los beneficios de la globalización y su riqueza aumentaba, las instituciones eran incapaces de gravar parte de ese aumento de riqueza para financiar los programas necesarios para que el estado de bienestar ayudase a los más desfavorecidos.
Las clases medias y trabajadoras no sólo vieron que el sistema económico las depauperaba o amenzaba con hacerlo: vieron que las instituciones no actuaban en su favor.
¿Y la izquierda?
Tradicionalmente, la izquierda tuvo como sujeto y objeto de su acción política a los más desfavorecidos. El objetivo de sus políticas fue conseguir las satisfacción de las necesidades de los más desfavorecidos, de forma que, en el modelo de Maslow, la autorrealización o el reconocimiento no fuesen un privilegio de los más ricos.
Dejando de lado a la izquierda totalitaria de Lenin, Mao, Pol Pot o Castro, de la que no hay nada que reivindicar y todo que condenar, al princpio, la socialdemocracia se ocupó de cnseguir sacar de la pobreza a las clases de trabajadores y proletarios. Una vez que se consiguió para ellos un empleo digno (lo que, sin sindicatos y negociación colectiva habría sido imposible), se trató de garantizar la satisfacción de otras necesidades del segundo nivel de Maslow: salud, vivienda digna; y después algunas de las del tercer y cuarto niveles: reconocimiento social, educación, participación política.
Y cuando todo esto se hubo logrado, ¿qué ourrió? Pues ocurrió que esas clases medias, que habían hecho el recorrido con la izquierda desde el proletariado hasta una posición social acomodada, dejaron de ser el sujeto y el objeto de las políticas de la izquierda. Abandonaron a los partidos socialdemócratas a la vez que éstos se dedicaron a otros colectivos.
Es como si la izquierda hubiese pensado: "misión cumplida", y " a otra cosa". Y pasó a ocuparse de otras necesidades de otros grupos. Y que conste que yo creo que esas necesidades son muy legítimas y que deben ser atendidas. Pero lo cierto es que la izquierda pasó a ocuparse de la ecología, el aborto, los matrimonios gays, los derechos de los LGT, los derechos de los animales. Y aún más, de las necesidades de identidad nacional (y que conste que yo creo que estas necesiadades no deben ser ni planteadas ni defendidas por partidos de izquierdas).
Mientras tanto, la derecha conservadora ha hecho lo de siempre: defender los privilegios de los más favorecidos; la derecha liberal mantener su ilusión ideológica de que es mejor dejar al sistema autorregularse. Y entre una y otra, convertir a las clases medias en sujetos y objetos de sus políticas.
Y cuando estalla la crisis, y de repente el suelo se abre debajo de los pies de las citadas clases medias, edtas se encuentran con que quien habla de ellas y a ellas se dirige no es la izquerda, vieja amiga, ahora en otros menesteres, sino la derecha liberal (y la conservadora en alguna medida), que le receta ideología liberal. Pero, ¿no fue la aplicación de las ideas liberales la que condujo a las cosas a dónde están?
Trump y Clinton
Y así llegamos a los EE.UU. el 8 de noviembre de 2016. Trump elabora un discurso terrible, lleno de odio, de racismo, de desprecio a las mujeres, de desprecio a las minorías, de prevención frente a los inmigrantes... y de defensa de la vieja clase media caucásica azotada por la globalización y la crisis. ¿Son estos los más desfavorecidos? No. Hay minorías mucho más desfavorecidas en los EE.UU. Pero Trump ha elaborado un discurso que ha resonado a la perfección con el miedo y la inseguridad de decenas de millones de personas en los EE.UU.
Y no sólo con su miedo; también con la ira derivada de su sensación, más o menos injusta, de que las instituciones, ó, como dice Trump, el "establishment", se dedicaba o bien a proteger los intereses de los ricos y los bancos o a paliar la situación de las minorías económicamente desfavorecidas o legalmente discriminadas, mientras que las condiciones de vida y las expectativas de esa clase media blanca de los estados de fuera de las costas se deterioraban.
Y para ellos ha elaborado un discurso que ha ido directo al centro de la caldera emocional en la que viven: ha dado en el centro mismo de la diana de sus miedos y de su ira. Y estas emociones son tan básicas, tan profundas y tan potentes, que cualquier posible vergüenza por los comentarios machistas o cualquier compasión por las minorías atacadas en las declaraciones racistas han quedado aparcadas.
Y en frente, Hillary Clinton, ¿a quién hablaba y cómo la hacía? Es seguramente cierto que pocos candidatos a la presidencia de los EE.UU. han estado tan preparados para el cargo como ella. Por su experiencia en la Casa Blanca en los dos periodos de su marido como presidente, o en la Secretaría de Estado o en el Congreso. Pero, ¿cuáles eran las razones para votarle? ¿Cuáles eran las emociones a las que se dirigía? ¿Que Trump no ganase? Pero, ¡¡si a una parte importante del electorado que Trump ganase le parecía bien, y otra piensa que Clinton es parte del sistema que los ha llevado a dónde están!!
Lo cierto es que, en una campaña fuertemente cargada de emociones, ella no ha sabido conectar con las minorías de hispanos y afroamericanos en la misma medida que lo hizo Obama; de ahí su pérdida de respaldo. ¿Qué o quién es Hillary Clinton para un potencial votante de color, o hispano, poco formado? Alguien muy lejano, que no tiene nada en común con ellos, que no habla su lenguaje, que se rodea de intelectuales ricos, de artistas ricos o, aún peor, de banqueros ricos. Bien, sí, es demócrata, pero no tiene nada que ver con ellos.
¿Y para las clases medias de trabajadores de "cuello azul"? Para ellos Hillary es alguien preocupada, en el mejor de los casos, por el bienestar de algunas minorías que nada tienen que ver con ellos; y, en el peor, por defender los intereses de los más ricos.
Por eso ha ganado Trump. Si bien su "público potencial" no es mayoritario, él ha conseguido conectar con ellos, hablándoles de sus necesidades, prometiéndoles (y sí, seguramente mintiendo) restaurar las seguridades perdidas. Y aunque Clinton contaba con un público potencial mayor, no ha sabido conectar con los miedos de los que están perdiendo su posición social lograda después de décadas de esfuerzo, que podrían haber encontrado en ella a una defensora mucho más solvente y sincera que Trump, ni ha resultado suficientemente creíble como defensora de las necesidades no satisfechas de las minorías que debían haberla llevado a la Casa Blanca.
La lección para la socialdemocracia
Gran lección para la socialdemocracia europea: ¿a quién le hablamos? ¿con qué discurso? ¿con que actuación en las instituciones? Hay que rearmar el discurso cuanto antes. No se trata, como dicen podemitas, de una lucha de la casta contra la gente, que se hace a medias en las instituciones y a medias en la calle (¿en las barricadas? ... que miedo). Se trata de restaurar equilibrios en las sociedades, de asegurar los estados del bienestar a toda costa, de repartir los beneficios y los costes de la globalización, de hacer las instituciones absolutamente transparentes. Y cuanto antes, mejor.
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