2014/08/20

¿Corrompe el poder?

Dice la máxima de origen popular que el poder corrompe, y que el poder absoluto corrompe absolutamente. No sólo la sabiduría popular apunta en esa dirección. En los evangelios de Mateo y Lucas, Jesús, antes de empezar su vida pública, se expuso a las tentaciones del diablo. Éste le tienta o le incita a mostrar su poder o bien le ofrece poder de alguna forma u otra. Le incita a que convierta piedras en pan para saciar su hambre; le incita a convocar a los ángeles de cielo para que le aúpen mientras se deja caer del alero del templo; y, finalmente, le ofrece "todos los reinos del mundo y las glorias en ellos" a cambio de su adoración. Si bien la última tentación es la más explícita en relación con el poder, en todos los casos anda el poder en las entretelas de las tentaciones. Es decir, cuando Jesús "pasa la prueba", las tentaciones a las que el diablo le somete son las del poder. En otras palabras, si se trataba de corromper a Jesús, la vía que escoge el diablo es la vía del poder.

¿Por qué es esto así? ¿Qué hay en el poder que parece presentar esa capacidad, ese potencial de corrupción tan manifiesto y potente?

Se me ocurren tres razones (seguramente hay más). La primera es la más obvia: el poder genera en el poderoso una cierta sensación de impunidad, que lo conduce a no respetar las normas de la convivencia. Así, los poderosos se acostumbran poco a poco a estar por encima de la ley, o, al menos, de las normas que aplican al común de los ciudadanos. Sus automóviles pueden incumplir las normas de tráfico, se saltan las colas, están aforados... y con facilidad creen realmente que viven en un orden distinto. ¿La consecuencia? Gürtel, Bárcenas, los ERE, los cursos de formación, Pallerols, Pujol, Matas, etc. etc.

La segunda razón tiene que ver con una característica del poder a la que hice referencia en mi inserción anterior: su autonomía. El poder ya no es poder para, sino que se convierte en su propio fin. El poderoso, conforme a esta lógica, trata siempre de reforzar su posición de poder, y ve la vida como una lucha constante por reforzarla. En esta lucha el poderoso percibirá que su posición está siempre amenazada. De esta manera, poco a poco el poderoso entra en una dinámica de paranoia que fácilmente engullirá a todas sus relaciones. Concebirá al resto de las personas bien como aliados o bien como enemigos, pero nunca como amigos. Esta paranoia le impedirá al poderoso desarrollar relaciones, digamos, humanizantes, con sus congéneres. Y en esta incapacidad reside la segunda fuente de corrupción del poder.

La tercera razón, relacionada con la anterior, radica en la forma que adoptan las relaciones de los poderosos con el resto de las personas. No es sólo que, como decía en el párrafo anterior, los poderosos piensen en las demás personas en términos de alianza/enemistad, es que, al hacerlo, necesariamente cosifican al otro. El otro deja de ser un sujeto en sí mismo, para pasar a ser un objeto más en las estrategias de poder del poderoso. El poderoso trata de apoderarse de la voluntad del otro, de su vida. Por eso decimos que los poderosos nos usan, nos utilizan para alcanzar sus fines. Para los poderosos no somos sino piezas en un tablero de ajedrez, se dice con frecuencia. Esto significa que las demás personas, para los poderosos, sólo tienen un valor instrumental, son instrumentos al servicio de una estrategia de refuerzo de la posición de poder. Todas las demás dimensiones de las restantes personas, sus intereses, sus anhelos, sus sentimientos, su dignidad humana, pasan a un (muy) segundo plano. Esta cosificación del otro corrompe necesariamente las relaciones de los poderosos con los demás. Los poderosos serán así seres solitarios, incapaces de dar amistad o amor, ajenos a la vida del común de las personas. Serán personas extrañas y extrañadas, que, viven en otro mundo, habitado sólo por sus similares, otros poderosos.

¿Significa esto que todo aquel que haya ocupado posiciones de poder, bien sea éste político, social o económico está necesaria y completamente corrompido? Bueno, no. No necesariamente, no completamente. Pero sí pienso que es necesario un permanente ejercicio de introspección crítica, cuando se ocupan posiciones de poder, para detectar el virus de la corrupción y atajar la enfermedad desde sus primeros síntomas.

Entonces, ¿son malas o negativas o regresivas todas las obras del poder? Continuará...

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